Querido lector, confieso que si fuera vecino de alguno de esos pueblos (o playas) costeros que en nuestra provincia, año tras año, sufren el azote de los temporales, estaría triste o disgustado pero, en todo caso, sin muchas ilusiones y en contra de muchas gentes e instituciones. ¿Motivos? Los hay de sobra.

Triste y en contra de la actitud de la administración competente, de la central, pero también de la valenciana. Y es que, a pesar de que todos conocen de sobra las mil y una causas que provocan ese desastre (ríos que ya no desembocan al mar y ya no aportan gravas, puestos que se construyen y evitan las corrientes y los arrastres norte-sur, temporales, fenómenos adversos, etc…), las deteriorantes consecuencias (la costa y el mar avanza, las playas desaparecen, las calles se llenan de agua y arena, los campos y las viviendas se inundan, etc…) se mantienen y los planes o estudios salvadores en fase de elaboración (según vienen repitiendo desde años) por distinguidas y competentes universidades, no solo no aparecen, si no que en su lugar se aplican chapuzas temporales que no solucionan, no regeneran. Al final, al año siguiente, igual o peor. Por desgracia la cosa es así de clara.

Por cierto, no hace mucho, un acreditado periodista de esta casa, de Mediterráneo, decía con razón que, encima, ahora, con la crisis y sus recortes no llegaría ni la típica solución de urgencia. Por lo tanto, seguía diciendo, solo nos queda rezar. Aunque, a ciencia cierta les digo, que si es verdad lo que decía Schopenhauer, me refiero a eso de que el cielo está vacío, ni el rezar tendrá sentido, solo no quedará llorar de impotencia.

Triste y en contra, también, decía, del papel de los alcaldes. A pesar de que este es un problema humano, ecológico-medioambiental, económico, etc… que afecta a toda la sociedad y, especialmente a nuestra manera de vivir, etc…, siempre se limitan a declaraciones de poca monta, a fotos en la prensa y a pequeñas reuniones. Formas que, con el tiempo, solo han servido para definir un modelo improductivo, limitado y reducido de democracia. Un modelo que se aleja de entender la democracia como algo más amplio y ambicioso de participación popular, que genera una ciudadanía activa y que ha sido inseparable de los logros más decisivos de la democracia. Por eso digo que, aquí, antes y ahora, esta gente (y supongo que a pesar de su esfuerzo y buena voluntad) no han sabido convocar, organizar y mostrar la preocupación y la necesidad social. Ni han convencido, ni han acojonado a quien decide. En algunos casos ni lo han intentado.

Triste y en contra, además, de ciertos empresarios de la hostelería, de algunos propietarios de chiringuitos, que cada vez que aparece una ley relacionada con la defensa de la costa que les puede arañar el negocio, el euro, se hacen locos y encienden los medios de comunicación con escandalosas declaraciones. Incluso, en esos momentos tienen la habilidad de convencer a algún alcalde para que, este último, piense y se crea que la defensa de la democracia, el progreso y el desarrollo económico solamente reside en cuidar el mercado y sus negocios. Bueno pues, estas gentes, ahora, no se si por ignorancia o porque solo les preocupa lo suyo, guardan peligroso silencio y no se dan cuenta que esta lucha es la suya. Sin costas y sin playas tampoco hay chiringuitos, ni clientes, ni economía de turismo.

Querido lector, como habrás podido comprobar, este es un asunto que me pone de mala leche. Pero, lo peor, es que al ser un tema tan serio, que afecta al patrimonio natural colectivo, a la costa, a la playa, al dominio público, es evidente que no procede ni es aconsejable la iniciativa privada.

Por lo tanto, o asumen sus responsabilidad las diferentes administraciones, o somos capaces de generar e imponer la conciencia política de que la regeneración de nuestra costa es una prioridad urgente o, decía antes, solo nos quedará llorar la impotencia al ver que todo irá a peor hasta desaparecer. Entre otras cosas, los lugares donde están depositadas nuestras correrías, vivencias y sueños de jóvenes. H