Si Soraya Saénz de Santamaría le tenía bien tomada la medida a De la Vega en los días en los que la vicepresidenta era el brazo derecho de Zapatero, la portavoz del Grupo Popular en el Congreso demuestra, una semana si y otra también, que no solo no le asusta batirse el cobre con Rubalcaba sino que éste ha dejado de ser ese rival imbatible que él se creía.

Lo que sucede es que hasta la fecha “el todopoderoso” ha actuado defendiendo firmemente las posiciones del Gobierno pero, ahora que además de ser por tres veces miembro del mismo (vicepresidente primero, portavoz y ministro del Interior) es también candidato a la presidencia, lleva 20 días desmarcándose de lo que ha venido haciendo y justificando durante los últimos siete años situándose como una persona ajena a esta nefasta etapa de Gobierno socialista. Recorre España pidiendo que le llamen Alfredo para ver si algún despistado se olvida de su trayectoria. Como si toda España no supiera quien es Rubalcaba.

A estas alturas solo él parece no saberlo y anda confundido y embriagado de poder mientras presume de tener las recetas que necesita España para salir de la crisis a la que también él nos ha llevado. Es hora de que Rubalcaba asuma sus responsabilidades en la gestión, que no son pocas, como cómplice de un Gobierno que siempre ha supeditado los intereses de los españoles a los de su partido

Rubalcaba está muy concentrado en su condición de aspirante a presidente mientras abandona la de presidente sustituto. Y eso por no hablar de la dejación de funciones como ministro del Interior a tiempo parcial. Acumula cargos en el Ejecutivo pero lo que de verdad le divierte y le entretiene es ejercer como candidato de retóricas ideológicas. Mientras con su mano derecha ejecuta los recortes sociales con la izquierda nos da lecciones de democracia. Ese es Rubalcaba. Hace solo unos días tuvo el cuajo de afirmar que “Bildu podría haber tenido menos poder institucional si las cosas se hubieran hecho de otra manera”. Y se quedó tan pancho. Como si este Gobierno no fuera responsable de insuflar un balón de oxígeno a los radicales por intereses partidistas. Un Gobierno que se ha esforzado más por aislar al PP de las instituciones que por impedir que Bildu esté presente en las mismas.

Rubalcaba hace tiempo que predica esa máxima tan propia del siglo XVII, en el apogeo del absolutismo monárquico, pronunciada por Luis XIV de “el Estado soy yo” en la que el pueblo es el súbdito sometido al poder del rey en un ejercicio de desprecio al estado de derecho que terminará pasándonos factura. Si sus antecedentes durante la etapa del felipismo lo sitúan como portavoz del Gobierno de los GAL, su paso por el zapaterismo no ha sido menos estremecedor. Son muchas las dudas que pesan sobre él y su equipo, dudas que siguen sin aclarar, en el episodio del bar Faisán. Si como reconoció en los pasillos del Congreso a Esteban González Pons y a Carlos Floriano él escucha todo lo que dicen y sabe todo lo que hacen, los españoles también hemos tomado buena nota de su trayectoria política.

Ya veremos como terminan las concentraciones de los indignados. Porque si bien es cierto que el movimiento ha logrado sacudir la conciencia política y llamar la atención sobre la necesidad de atender cuestiones cuya responsabilidad, entre otros, es de quienes ostentamos cargos públicos, no es menos cierto que conquistar la calle no significa representar a todo un pueblo y menos aún cuando los ciudadanos acaban de pronunciarse libremente.

Este Gobierno permanece impasible ante las coacciones y las persecuciones intolerables de representantes públicos, como la hace dos días en el domicilio del alcalde de Madrid o los episodios de ayer mismo en el Parlament de Cataluña, por parte de una minoría radicalizada (que nada tiene que ver con el movimiento) que pretende sacar provecho del malestar general y del estado de desánimo de la sociedad. ¿A que espera el ministro del Interior para dar una respuesta adecuada y proteger a los legítimos representantes de los ciudadanos? Y es que Rubalcaba parece estar en modo Alfredo. H