A mediados de la primera década del siglo XIX, Castellón vivía momentos de esplendor. El cáñamo alcanzó la mayor extensión que nunca tuvo este cultivo en nuestra ciudad. Por otra parte, como consecuencia de la división territorial llevada a cabo en 1789, por el conde de Floridablanca, nuestra ciudad era la capital de una de las tres gobernaciones en que se había dividido la actual provincia. Pero fue, sobre todo, el gobernador don Antonio Bermúdez de Castro, quien con su trabajo y tesón logró convertir la antigua villa medieval, en una ciudad próspera donde comenzaban a destacar importantes actuaciones públicas y privadas que asombraban a cuantos nos visitaban.

No es de extrañar, por todo ello, el gran impacto que causó entre la población la noticia de la grave enfermedad del excelente político. Nada se pudo hacer por su vida y después de permanecer unos días convaleciente, a primeras horas de la mañana del 23 de mayo de 1807 falleció la primera autoridad de la Gobernación. Sus exequias, según cuentan las crónicas de la época, al no contar los familiares del gobernador con recursos suficientes, fueron sufragadas por el pueblo que, durante sus 16 años de mandato, supo apreciar los valores de tan extraordinaria persona.

Nadie creía que pudiera ser tarea fácil suceder al gobernador Bermúdez de Castro. Sobre todo, en una etapa en la que todos los países europeos estaban amenazados por Napoleón Bonaparte y, en el nuestro, Carlos IV y su hijo Fernando VII se disputaban el trono en el que, finalmente, se acomodó José Bonaparte.

A pesar de todo, el 24 de octubre de 1807 tomó posesión de la Gobernación de la Plana el coronel don Pedro Lobo y Arjona, quien no tardó demasiados meses en convencer a los castellonenses de que su talante no tenía nada que ver con el de su antecesor. Para su desgracia, los sucesos de los días 2 y 3 de mayo en Madrid, precipitaron los acontecimientos y el nuevo gobernador se apresuró a formar un batallón con un millar de jóvenes. Según parece, cuando el expresado batallón inició una de sus primeras acciones, fueron autorizados a regresar a la ciudad diferentes hijos de amigos de don Pedro. A partir de aquel momento, el coronel Lobo fue acusado de afrancesado e inmediatamente, una multitud se dirigió hacia su residencia.

El 19 de junio de 1808, es decir, hoy hace 203 años, pistola en mano y al grito de “francés”, fue apresado el gobernador en su domicilio. Algunos eclesiásticos, creyendo que estaría más protegido en el Ayuntamiento, influyeron para que el político fuera trasladado a las casas consistoriales. Mientras el coronel Lobo era introducido en el interior del palacio municipal, en la plaza Vieja se fueron congregando numerosos vecinos y gran número de fanáticos que pedían venganza. Un labrador acomodado y amigo del general Lobo, de nombre Félix Ximénez, convencido de que podía persuadir a los amotinados, quiso intervenir en favor del político; pero así mismo fue acusado de afrancesado y perseguido hasta que logró refugiarse en el domicilio de don Nicolás Tosquella situado en la calle de Enmedio. De nada le sirvió a Ximénez el esconderse en el interior del inmueble. Sus perseguidores abrieron un boquete en la azotea del edificio, lograron prenderle y le dieron muerte. No se dieron por satisfechos con aquella primera ejecución y se dirigieron hacia la Casa Consistorial donde, una vez tomado el gobernador, fue materialmente cosido a puñaladas. Su cadáver fue conducido y abandonado en el centro de la plaza.

Los desórdenes no finalizaron con la muerte de don Pedro. La muchedumbre siguió persiguiendo a cuantos creyeron que tenían alguna relación con los franceses. Todos los conventos de la ciudad fueron registrados. Alguno de los perseguidos consiguió salvar su vida, como consecuencia de los ruegos de personas principales de la ciudad. Al llegar a la cárcel, los amotinados abrieron sus puertas y libertaron a los presos. Posteriormente, la propia muchedumbre aclamó a uno de los asesinos de don Pedro Lobo como nuevo gobernador. H