Este domingo, día 19, es la Fiesta de la Santísima Trinidad, y, como cada año, celebramos la Jornada Pro orantibus, es decir “por los que oran”. Es un día dedicado a los monjes y monjas de vida contemplativa. Es un día para dar gracias a Dios por el gran don de la vida contemplativa y por la presencia luminosa de los conventos y monasterios de clausura que pueblan nuestra geografía. Nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón cuenta aún con doce monasterios de monjas de vida contemplativa, que oran por nosotros todos los días del año. En este día les queremos mostrar nuestra gratitud y nuestra alta estima por lo que representan para la Iglesia y para la sociedad.

Es doloroso comprobar el gran desconocimiento y, en consecuencia, la poca estima del valor y de la necesidad de los monjes y monjas para la vida de la Iglesia y, por ello, la escasa o nula preocupación por nuevas vocaciones. Llevados por los criterios al uso de la eficacia y de la utilidad, muchos piensan que no tiene sentido que personas se retiren del mundo para dedicarse de por vida a la oración contemplativa, cuando hay --dicen-- tantas necesidades en el mundo y en la Iglesia. Se expresa así un escaso aprecio del valor de la oración a Dios en la vida de la Iglesia; se olvida que la mayor pobreza que padece nuestro mundo es la falta del sentido de Dios. Ante el posible cierre de algún monasterio porque la avanzada edad y la falta de vocaciones han hecho inviable la vida comunitaria y contemplativa del mismo, parece que la única preocupación sea el destino de su patrimonio temporal, especialmente el histórico-artístico.

Los monasterios y los conventos son y están llamados a ser escuelas de fe en el corazón de la Iglesia y del mundo. Aquí radica su valor inestimable para la Iglesia y para la sociedad. Los monasterios son faros luminosos en medio de un mundo que ha perdido la luz de Dios.

Las monjas nos recuerdan que hay una palabra por antonomasia --la de Dios-- que es preciso escuchar, y que hay una presencia por excelencia --la de Dios con nosotros--, que debemos siempre acoger y adorar. Las monjas no se desentienden ni de la Iglesia ni del mundo. Ellas nos dan el más precioso testimonio de su encuentro con Dios en Cristo Jesús, para que nos vuelva a latir el corazón con el fuego de Dios. H