No sé si lo que me animó a escribir estas líneas fue el beso a tornillo pasado de rosca de dos adolescentes en plena efervescencia juvenil en una calle céntrica de Castellón o acto seguido ver como una urraca, habitual depredador de nuestra fauna urbanita, intentaba saciarse con la carne de un polluelo de estornino. La cuestión es que llevo unos cuantos días menos indignado que algunos, pero más inquieto que otros por la situación social, económica y política que me toca vivir desde la madurez generacional, pero sin respuestas a ciertas dudas existenciales, consecuencia lógica de una ansiedad sigilosa de ida y vuelta.

Para aclarar mi ideario he encontrado un interesante artículo, con “referato” científico, de Liliana Mayer (nacida en Buenos Aires, 1977), socióloga y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, en el que destaca el cambio social y la metamorfosis generacional en Argentina tras las revueltas sociales en la época del “corralito”. Algunas de sus conclusiones se podrían extrapolar al fenómeno de transformación que vive nuestra sociedad, principalmente en lo que algunos quieren vincular con la llamada “generación perdida” que yo no comparto, ya que me surgen dudas sobre si los que quizás andemos algo perdidos ante tantos acontecimientos, no seamos nosotros, los de mi generación.

En el texto argumentativo de Liliana Mayer me llama la atención una parte del ensayo de su homólogo español, Enrique Gil Calvo (doctor summa cum laude en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid), en el que sitúa la actualidad en una “metamorfosis global del orden institucional” donde la gran incertidumbre sistémica está generando una fuerte crisis de legitimidad. Para Gil Calvo, esta crisis no atañe solo a los niveles estatales, sino también a las instituciones primitivas como la de la familia.

De manera análoga a la metamorfosis institucional, se están produciendo alteraciones drásticas en la dimensión del metabolismo demográfico por el que cada nueva generación viene a suceder a la anterior casi de manera espontánea, introduciéndose así grandes cambios sociales. Estamos ante una cultura y una “política prefigurativa” en la que los jóvenes nos quieren hacer llegar propuestas, más o menos acertadas, pero sin llegar al extremo anarquista de pretender “la construcción de un nuevo mundo en la cáscara del viejo”; pero mi pregunta es: ¿Vuelven aquellos jóvenes de los años 70 del “no nos moverán”, es un movimiento activista nuevo o simplemente estamos ante un simulacro del despertar de una juventud reaccionaria?

Quizás nos encontremos ante la destrucción progresiva de los valores tradicionales, de los entramados sociales, políticos e institucionales que han servido a nuestra generación pero que hoy pasan por un punto de inflexión en el que las nuevas generaciones aprenden, piensan y se interrelacionan a través de computadoras más que con adultos y disponen de toda la información al instante por lo que muchos se preguntan ¿qué es lo que puedo hacer para cambiar esto o aquello? De ahí que la palabra “diálogo” cueste tanto de materializar entre jóvenes y adultos lo que nos lleva a la crispación y a un distanciamiento generacional, que si bien siempre ha existido, hoy se hace más patente y repunta hacia el radicalismo en algunos recodos de nuestra sociedad. La metamorfosis generacional es una realidad, negarla sería tan dramático como lo fue la transformación de Gregorio Samsa, aquel personaje “kafkiano” convertido en insecto que ve como su entorno se le vuelve hostil, hipócrita e insensible.

En mi opinión, nos encontramos ante el primer capítulo del devenir de los acontecimientos y sólo espero que la clase política actual esté a la altura de las circunstancias y tenga la receta mágica para encauzar la situación. Yo no la tengo pero aconsejaría un gran pacto de Estado y únicamente espero, metafóricamente hablando, que a los de mi generación “los árboles no nos impidan ver el bosque” ante la experiencia emergente de aquellos que Liliana Mayer define como “hijos de la democracia”. H