La decisión de los tres diputados de Izquierda Unida en la Asamblea de Extremadura de abstenerse en la sesión de investidura, lo que en la práctica significará entregar la presidencia autonómica a Antonio Monago, del PP, obedece sobre todo a razones de charcutería política local o regional. Así quieren venderlo al menos la dirección regional de IU, desairada por las bases, y el coordinador general de la federación, Cayo Lara, partidario de apoyar la candidato del PSOE, Guillermo Fernández Vara, antes que saltar al vacío. Justificado todo por los riesgos inherentes a desenterrar la doctrina de las dos orillas de la izquierda, articulada en su día por Julio Anguita, y la famosa pinza PP-IU, de vida efímera y resultado magnífico para los conservadores.

Otra cosa es que más allá de Extremadura se entienda lo sucedido como un asunto meramente local y no como el primer capítulo de una estrategia preelectoral destinada a desmarcar a IU del PSOE, con la vista puesta en la campaña de las próximas legislativas. En todo caso, resulta ciertamente indescifrable que tres diputados puedan hacer de su capa un sayo sin más motivo que vengar afrentas pasadas cuando, con más o menos ganas, la organización por la que han obtenido las actas había decidido hacer justo lo contrario.