Querido lector, la democracia política representativa española, y digo política representativa porque aún no es económica y social, también es una auténtica y amplia democracia institucional. Las viejas y no desaparecidas instituciones del franquismo, como las Diputaciones, por ejemplo, se juntan con las nuevas, las autonómicas, y como consecuencia no sólo hay más elecciones indirectas y directas sino que aparecen más cargos y más tomas de posesión. Aunque, la última, la que se celebró entre nosotros en Castellón, el día 23 de junio, era especial, histórica, y mucho más. Pero no por el que llegaba y asumía la presidencia de la Diputación de Castellón, el Sr. Moliner, sino porque era la despedida de los cargos públicos pero no de la dirección del PP, ni de la política, del más grande, del Rocío Jurado de la política provincial, de Carlos Fabra. Por cierto, dicho sea de paso, se puede decir que era hasta diferente porque también estuvieron presentes a ritmo de tambor y al grito de consignas como aquellas de “menos corrupción y más democracia”, “menos corbatas y más empleo”, nuestros jóvenes indignados, nuestros queridos hijos, esos a los que algunos han tenido el valor y la desvergüenza de decirles con palabras y hechos que su vida y su esfuerzo de trabajador o estudiante no cuenta y se les considera una generación perdida. Hablo, pues, claro, de los 15-M.

Pero, querido lector, antes de ejercer mi papel en esta historia que es lo de contar lo que veía desde la ventana de mi despacho que mira a la plaza del palacio de la Diputación de Castellón, debo advertir que no soy neutral: el mundo en que vivimos sería una obscenidad ver los toros desde la barrera sin asumir parte y compromiso. Por eso, aviso, que cuento las cosas con mi habitual mala leche. Pero, créanme, que ello no quiere decir que falsee la realidad. Y lo primero es, como no, señalar que en la plaza de Las Aulas se congregó la esencia del fabrismo. Digo con ello, que allí estaba ese empresariado que, habiendo sido algunos de ellos “presuntos sponsors” de la derecha política, se hubieran podido cargar a Carlos, pero no creo mentir si digo que les resultaba útil y, por eso, lo han mantenido. Tampoco faltaban, lo contrario hubiera sido raro, los representantes de unos medios de comunicación que en más de una ocasión se han alejado de la ética y de la verdad de la noticia, de su papel de vigilantes de los otros poderes, y se han dedicado a cuidar la cuenta de resultados. No obstante, los más numerosos eran los políticos y asesores del PP: y es que, en un partido exagerada y peligrosamente presidencialista o propiedad de (aunque no es el único), muchos son los que le deben a Carlos el cargo, el traje, el medio de vida y la chulería. Y, como no puede ser de otra forma, todo cargo e institución democrática que se precie tiene su oposición: así es que por allí también pululaban mis compañeros del alma e ideas, los sociatas, los que a pesar de representar el cambio necesario y urgente, por no entender (posiblemente) el papel de intermediario social aparecen como inoperantes o ineficaces a los ojos de los votantes (espero que esto sea una enfermedad pasajera).

Querido lector, para terminar, y tal y como lo he anticipado, no todo era lo de siempre. Allí, detrás de una valla y vigilados por policías mil (posiblemente porque todavía hay gente que considera que la violencia solo consiste en llamar “mamón” a un diputado provincial y no en recortar los presupuestos de sanidad, educación, etc.) estaban los muchachos del 15-M. A pesar de eso, estuvieron en su papel: demostraron la distancia que existe entre la política y la juventud, escenificaron la pérdida de respeto que, por desgracia, inunda el mundo de la política. En definitiva, estuvieron todos, los del pasado, los del presente y, seguro que, en una y otra parte de la valla, los del futuro. Aunque eso sí, espero que sea mejor. H