Pese a la triste radiografía que ofrece España tras casi ocho años de Gobierno socialista, José Luis Rodríguez Zapatero aprovechó su discurso del debate sobre el estado de la nación (ese “concepto discutido y discutible”) para defender su catastrófico legado.

Y lo hizo de manera beligerante, agresiva, sin el menor ejercicio de autocrítica y aplaudido por su grupo parlamentario, ese que sigue apoyando el calvario estéril por el que nos está haciendo transitar este insensato Gobierno.

El martes se volvió a certificar en sede parlamentaria la defunción de una legislatura perdida para una España mucho más débil económica, social e institucionalmente que la que dejo el Partido Popular en el año 2004, de la que algunos, como Bildu, se están sabiendo aprovechar.

Nunca un presidente del Gobierno afrontó este debate en situación tan agónica ni tampoco nunca un presidente pecó de tanta indolencia e irresponsabilidad con tal de sobrevivir unos cuantos meses más.

Zapatero continuó con su huída hacia delante, fiel a si mismo, demostrando que sigue profundamente alejado de una realidad que sufren cientos de miles de familias españolas. El saldo resultante de su Gobierno no puede ser más desolador y nada nos ha ofrecido (tampoco esta vez) que nos pueda convencer de que tiene previsto sacudir la inercia en la que está instalado este gobierno desde hace demasiado tiempo para retomar el pulso a la sociedad. Han perdido el control de la situación y solo están esperando a que suene la campana. Pero sin prisa. No parecen dispuestos a tirar la toalla para acelerar el fin de este ciclo. El todavía presidente se dedicó a culpar al Grupo Parlamentario Popular por no haber apoyado unas medidas que han resultado claramente ineficaces, tal y como ya avanzamos antes de que se adoptaran. La estrategia de Zapatero y su Gobierno consiste en pretender que la oposición se corresponsabilice de su acción de gobierno a pesar de que llevamos muchos meses (desde el inicio de la crisis) denunciando una política errónea que sólo ha contribuido a hacer el túnel más largo y más oscuro.

Solo los socialistas y quienes han aprovechado tanta debilidad para sacar tajada política de ella son responsables de este desastre y solo a ellos se les puede culpar del mismo.

El Partido Popular tiene otras recetas, la inmensa mayoría de ellas despreciadas por el partido en el Gobierno cuando han sido ofrecidas como remedio e incluso buena parte de las mismas (hasta 80) vetadas para evitar ser debatidas en el Congreso.

La exigencia de unas elecciones anticipadas no es una obsesión del Partido Popular, es una necesidad democrática para relevar, cuanto antes, un proyecto agotado y tomar las riendas de este caballo desbocado que necesita urgentemente un buen jinete.

Mientras Alfredo Pérez Rubalcaba, reducido a “clac” en el banco azul, contemplaba el debate como un convidado de piedra, Zapatero ansiaba (y buscaba) desesperadamente un último aplauso antes de que cayera el telón de esta función terminada.

Todos sabíamos que el martes tocaba su despedida. Y aunque la experiencia aconseja no tomarlo demasiado en serio porque su pasado le avala, Rodríguez Zapatero sigue sin irse. H