Comienza ahora su temporada y en la ciudad de Castellón de las encinas y robles que adornan algunas calles ya empiezan a caer sus bellotas maduras. También empiezan a estar a punto en los bosques del interior.

Apreciadas desde la antigüedad, a lo largo de la historia han tapado mucha hambre de personas y animales.

Plinio hablaba de este fruto como un atractivo postre, sobre todo cuando era asado entre cenizas para que resultara más dulce.

Y como no podía ser de otro modo, la reglamentación sobre un producto tan abundante y popular en estas tierras es numerosa. Una normativa que determinaba la manera cómo cogerlas para que los árboles no sufrieran por el hecho de batir las bellotas a deshora i fora de temps, que ponía límite al número de animales que podían entrar en los bosques a comérselas y que con cierta frecuencia daba bastante libertad para poderlas coger del suelo directamente, eso sí, siempre que se fuera vecino del término municipal en cuestión.

Muy expresivas son unas ordenanzas promulgadas al respecto en Xert en las que se establecía que “atenent i considerant el gran abús que fan en los boschs comuns al temps de la bellota algúns vehins de dita vila, de metre un gran número de ramat de marranchons y per haver-los d’alimentar-los és precís que se’ls ha de fer caure bellotes, i és en tal manera que baten les carrasques que quant van los demés vehins no hi troven ya res de bellotes”.

Las bellotas ya no nos quitan el hambre, pero los bosques de robles y encinas no sólo dan carácter al paisaje sino que algunos ejemplares de esas especies contenidos en ellos constituyen auténticos monumentos del patrimonio arbóreo de estas tierras. H