En un reciente viaje de David Cameron a Berlín, el premier británico aludió con un cierto descaro a las ventajas que suponía el mercado único europeo para la economía de su país, que se beneficiaba de ellas pero que no sufría los problemas derivados de la moneda única, sobre todo el de la deuda soberana. Cuando explicó en el Parlamento de su país su veto a la reforma de los tratados de la UE, repitió el discurso al afirmar que los intereses de sus empresarios y de sus inversores hacen necesaria la vinculación del Reino Unido a la UE. Sin embargo, dijo, el veto responde a que Bruselas no quiso respetar condiciones especiales para los negocios financieros de la City londinense.

El jefe del Gobierno conservador británico cometió el error de no apreciar bien la gravedad de la situación. Porque la debilidad de los acuerdos de la cumbre comunitaria hacen menos admisible la actitud de rechazo de Cameron. Tuvo que deshacerse en explicaciones de independencia frente al poder financiero de la City, la única justificación medianamente razonable de la equivocación que cometió en la cumbre. La ausencia de la cámara de Nick Clegg, viceprimer ministro, es muy significativa del aislamiento de Cameron.