Con el año recién estrenado y los calendarios casi enteros, son muy útiles los que llevan el número del día bien grande con un espacio en blanco al lado que nos permiten hacer distintas anotaciones. Si en esos calendarios figuran además las fases de la luna, mucho mejor.

Una luna que tiene sus indudables efectos sobre la Tierra y quienes la habitamos, aunque no se acostumbre a mirar demasiado hacia el cielo ni se la tenga excesivamente en cuenta. Pero hubo épocas en las que sí se contaba con ella, tiempos en los que los calendarios y los almanaques agrícolas eran publicaciones de gran utilidad popular.

En consecuencia con todo eso, los documentos también hablan de la luna, generalmente a propósito de asuntos relacionados con el campo. Así, en el siglo XV, dado que los edificios de la villa estaban cubiertos de senill, y con la finalidad de que las techumbres hechas de aquella caña fueran más duraderas, el mustaçaf de Castellón ordenó que algún “no gos segar sanill tro en la luna vella de giner”.

En términos similares se redactaron muchos contratos hechos a propósito de la edificación de inmuebles importantes. Ya fueran templos o construcciones de carácter civil, en ellos se indicaba que la caña utilizada para los techos y bóvedas debía ser de una siega posterior a la luna vieja de enero. Y es que como decía el mustaçaf en aquel antiguo texto legal, de no hacerse así se corría el riesgo de que las cubiertas se pudrieran.

Estamos, pues, en tiempo de segar cañas. Bajo el influjo de las primeras lunas del año a las que el refranero alude afirmando que “dels amors sempre el primer, de llunes la de gener”. H