Alemania manda en Europa. Claro: es el país más grande y más rico, el que más ahorra y, por tanto, el que está en mejores condiciones de prestar a los demás, y lo que algunos necesitamos ahora es que alguien nos ayude, porque no estamos en condiciones de devolver nuestras deudas. En todo caso, los que nos han prestado en el pasado miran a Alemania, que es casi la única que nos puede ayudar a salir de nuestro marasmo financiero: si ella no está dispuesta a apoyarnos, nuestro futuro es muy negro.

Pero Alemania pone condiciones, que nos parecen demasiado estrictas. Lo que nos está pidiendo, en definitiva, es que nos parezcamos a ella. “No pretenderán que, siendo ahorradores, austeros, trabajadores y ordenados, los alemanes les ayudemos a ustedes, derrochadores, informales, poco productivos, a solucionar los problemas que se han creado ustedes mismos, ¿verdad?”

De ahí la pregunta: ¿es Alemania un modelo a seguir? El modelo alemán tiene una lógica patente. El motor es la exportación, no el consumo, a pesar de que los ciudadanos son ricos. Para exportar hay que ser competitivo, y esto exige una elevada calidad, alto crecimiento de la productividad y una inflación baja y estable. Un sistema educativo dirigido a la formación profesional ayuda (con la inversión) a una productividad elevada del trabajo.

Los salarios son altos, pero no tienen necesidad de crecer, porque la inflación es moderada. La moderación salarial se basa en una concertación social en la que tienen un considerable peso los sindicatos, fuertes pero cooperativos, porque su fuerza estriba en el mantenimiento de la ventaja competitiva del país. El modelo se basa más en la colaboración que en la confrontación. Y los bancos están próximos a las empresas.

La inflación es baja porque el banco central (el Bundesbank antes, el Banco Central Europeo ahora) trabaja para la estabilidad de los precios. La política fiscal no es expansiva; en las fases de recesión no se recurre a los estímulos fiscales. El Estado del bienestar está muy desarrollado, pero no intenta un aumento continuo de las prestaciones. El déficit público es reducido, lo que gusta a los mercados financieros; su deuda no tiene riesgo, por definición. Y la balanza corriente con el exterior tiene un importante superávit; el ahorro nacional es superior a la inversión (en particular, el ahorro de las empresas), de modo que Alemania es un acreedor neto del resto del mundo.

Este modelo podrá no gustar a muchos. Pero funciona. Con chirridos, con dificultades, pero esto es normal. Con otro modelo, los resultados hubiesen sido otros. Hubiesen podido reducir el paro en los años 90 mediante políticas expansivas; pero esto habría provocado más inflación y desequilibrios fiscales. Podrían tener rendimientos financieros más altos, pero para ello deberían abrir sus empresas a los mercados de capitales, lo que parece incompatible con la concertación social y la actitud colaboradora de los sindicatos.

Ahora podemos imaginar la actitud de los políticos alemanes ante los gobiernos de la periferia europea, que llegan a pedir ayuda y compasión. ¿Qué nos dirán? Lo que ya nos han dicho: que cerremos nuestro déficit y reduzcamos nuestro nivel de deuda, que reformemos nuestro mercado de trabajo, que no estiremos más el brazo que la manga… O sea, que imitemos el modelo alemán.

Como consejo a largo plazo no está mal. Por ese camino vamos, aunque nos va a costar asimilarlo. Pero hay algunos problemas. Uno: la austeridad (¿brutal?) que están exigiendo a los países deudores agravará, sin duda, la recesión de estos; y el menor crecimiento llevará a más déficit y más austeridad. ¿Tienen los alemanes algún consejo que darnos para facilitarnos la senda, desde un país con alto paro, exceso de deuda, escasa competitividad internacional, un Estado del bienestar insostenible y los demás alifafes de nuestro maltrecho país hasta el paraíso que se nos promete? Y otro problema, este para Alemania: sois el socio principal de una Europa que ha hecho muchas cosas mal, pero es vuestra socia. ¿Podéis desentenderos de su suerte? H