No me gusta escribir sobre temas que se consideran espinosos y dolorosos al mismo tiempo, pero desearía hacer mención a una situación que no por triste, deja de ser trascendente y preocupante a la vez. Como responsable del área de Bienestar Social e Igualdad en Castellón, creo que debo hacerme eco de la preocupación existente, muchas veces oculta, a niveles socio-políticos, en relación al suicidio.

Por si acaso ustedes no lo sabían, el número de personas que cometen suicidio en España, anualmente, es de tres mil aproximadamente, poco si se compara, proporcionalmente, con las estadísticas de Japón, en donde el sentido del honor alcanza niveles tan elevados que el Gobierno nipón está seriamente estudiando el relajar ciertas normas que presionan al ciudadano, para evitar situaciones extremas de estrés y angustia.

En España, por educación religiosa y social, el suicidio se oculta y hasta mediados de los 80, los que lo cometían no tenían derecho al funeral. Esto, obviamente, ha cambiado.

Los especialistas en psiquiatría opinan que se han de tomar medidas para detectar rápidamente los síntomas que presentan los candidatos al suicidio y la situación se ha de afrontar con valentía y sin tapujos. Tratamientos psicoterapéuticos de choque para evitar los extremos de riesgo. La mente es todavía un misterio y es por ello que el ser humano necesita de un apoyo adecuado y en su justo momento.

El tema es desagradable, pero está ahí. Una cosa es la demencia y otra la desesperación. Ustedes ya me entienden. Es, pues, un tema pendiente en el capítulo de ayuda social pero altamente necesario. Más inversión, sí, pero en algo importante. H