Corren tiempos difíciles. Las sociedades actuales se enfrentan a múltiples problemas y mutaciones derivadas de una profunda crisis económica que, para algunos, también esconde un fuerte cuestionamiento de los valores. Como sostendría cualquier teórico de la posmodernidad, todo lo sólido se desvanece ante nuestros ojos incrédulos y preocupados. Los recortes sociales, los problemas económicos, la pérdida de derechos ciudadanos o el desmantelamiento del Estado del Bienestar acechan cada vez con más fuerza.

Vivimos un momento de cambios sociales, rápidos y en profundidad. Transformaciones que, como ciudadanos, tenemos que conocer si no queremos quedar desbordados por la realidad y el avance de los acontecimientos.

Las sociedades modernas, en el siglo XIX, se dotaron de un instrumento fundamental para conocer aquello que sucedía a su alrededor: los diarios. La prensa recibió el encargo de informar a los ciudadanos para mantenerlos al día de la actualidad, para vigilar la actuación del sistema político y crear opinión. Desarrollando una tarea de servicio social, los periódicos se ganaron la confianza de la ciudadanía y se ubicaron en el corazón de la dinámica social. Desde entonces, muchas cosas han cambiado, pero la función esencial del periodismo, no. Continúa siendo absolutamente indispensable para saber, e intentar comprender, qué pasa en nuestro día a día. La sociedad ha necesitado, necesita y necesitará periodistas.

Sin embargo, paradójicamente, el rol que el periodismo desempeña en la sociedad actual está hoy más cuestionado que nunca. En los últimos tiempos, se encuentra inmerso en una fuerte crisis cívica. Tres son los vertientes de esta problemática.

Por un lado, los medios de comunicación han agudizado la búsqueda de la influencia hasta tal extremo que, en muchos casos, han caído en la politización de sus noticias. Bajo esta senda, algunos se han olvidado de informar y se han dedicado a hacer política. Son muchos los ciudadanos en España que atribuyen un alto grado de partidismo al periodismo. Algo que le resta credibilidad y apoyo popular. Como resultado, los periodistas han pasado de ser una profesión admirada, por su papel en la transición democrática, a tener una imagen social cada vez más marcada por connotaciones negativas.

Pero no solo la politización ha erosionado al periodismo. La primacía asumida por los aspectos mercantiles y comerciales ha provocado considerables efectos en la información. Por un lado, las noticias se han espectacularizado hasta el punto de que ya podemos hablar de la generalización del infoentretenimiento, un fenómeno que nos habla de la fusión entre noticias y divertimento. Lo curioso, lo trivial, lo dramático o lo impactante se han abierto paso en detrimento de la información sobre las cuestiones sociales de fondo, importantes para conocer lo que verdaderamente está en juego. Por otra parte, ante la actual crisis económica, las empresas periodísticas ha reaccionado apostando contundentemente por la reducción de costes. Como resultado, la calidad del producto periodístico se ha resentido, debilitando su incidencia.

El tercer componente de la crisis cívica del periodismo tiene que ver con su distanciamiento de las preocupaciones de los ciudadanos. La agenda informativa de los medios de comunicación ha ido relegando y arrinconando aquellos temas vinculados con la vida cotidiana de los ciudadanos para centrarse en los ámbitos más institucionales de la sociedad. Con ello, han perdido de vista que a quien deben lealtad, en primer término, y hacia quien deben orientar su trabajo es hacia el público. Olvidando esta regla de oro, el sentido de lo público está siendo excluido de las noticias y el papel crítico del periodismo se reduce.

La suma de todos estos factores está produciendo un periodismo, cada vez, dotado de menos músculo para enfrentarse a su función de informar y crear opinión. Algunos empiezan a alertar del riesgo de disolución del periodismo. De una dinámica que nos conduce hacia una información de poca calidad y escasa influencia social. En suma, hacia unas noticias irrelevantes que nos muestran los árboles, ocultándonos el bosque.

En este contexto, y más teniendo en cuenta el momento que atravesamos, marcado por una profunda crisis, el periodismo debe repensar y redefinir su papel social. No solo la innovación tecnológica, con internet, la digitalización y la convergencia a la cabeza, supone un desafío capaz de transformar radicalmente el escenario de la información. El periodismo tiene ante sí, además, un reto democrático. Tiene que recuperar la credibilidad y la centralidad social. Tiene que actuar como agente principal en la dinamización de la esfera pública actual poniéndose al servicio de los ciudadanos. Un periodismo de calidad y responsable es una garantía para una ciudadanía de calidad, exigente y crítica con el sistema político. En este sentido, los medios de comunicación juegan, y siempre han jugado, un papel básico en la democracia, formando la cultura política de la ciudadanía y posibilitando el debate público. Unos valores que no nos podemos permitir el lujo de perder. La información y la democracia no pueden existir la una sin la otra, como el fuego no puede arder sin oxígeno.

Vivimos tiempos tumultuosos. Una época que demanda un periodismo fuerte, independiente y de calidad. Una información relevante que nos permita conocer y entender los profundos y dramáticos cambios que suceden a nuestro alrededor. Un periodismo que sirva a la sociedad de forma eficiente y responsable. De lo contrario, perdemos todos. H