El ambiente de nuestra ciudad huele a pólvora, a música, a conmemoración: a fiesta. Y también a recuerdo de los orígenes que, al menos, una vez al año, se hace multitud. Las fiestas fundacionales --y cuaresmales-- rescatan del olvido aquellos tiempos casi míticos en los que el esfuerzo y el valor de unos escasos habitantes buscaron una mejora de sus condiciones y descendieron a un lugar llano y prometedor. Era justamente la tierra prometida, yerma, que esperaba la reja del arado, la azada del labrador y el pasto del ganado. Fue un paso arriesgado y decisivo, celebrado con extraña nocturnidad al amparo de débiles luces que iluminaban el pantanoso camino. Hoy, aquellas luces, ya crecidas y en forma de monumento, siguen iluminando las calles de la ciudad tras feminizar su nombre en justo homenaje a la mujer castellonense. Son las “gaiatas”, claro, “un esclat de llum, sense foc ni fum”, inigualable definición de Antoni Pascual Felip.

Las fiestas de la Magdalena son pluritemáticas, solidarias y participadas, amén de interés turístico internacional. Desde la cita campestre en la blanca ermita, allá en el Castell Vell, se extiende a numerosos actos religiosos, civiles, gastronómicos, culturales en su más amplio sentido, artísticos, pirotécnicos, folclóricos y eminentemente tradicionales. La participación y solidaridad, tanto del pueblo como de la provincia, ha sido en esta edición un hecho realmente significativo: 175.000 romeros, dicen los cronistas.

Pero, la fiesta no es un entretenimiento baladí ni un simple pasatiempo. Bajo el aspecto apariencial subyacen sentimientos de identidad, funciones estéticas visibles, prestigio, integración, experiencia grupal, alegría plena y religiosidad. Eso y mucho más es la fiesta y, en nuestro caso, conmemoración fundacional, “orgull de genealogia” como diría el poeta.

Justamente, motivado por las presentes fiestas, la VIU ha proyectado un curso abierto sobre los monumentos objeto de bien inmaterial cultural efímero de la Comunitat, como nuestra “gaiata”, con el fin de dar a conocer su estructura y función, así como el valor que representa, su origen y sentido, pues como decía tan acertadamente el sabio y santo de Tagaste, “no se puede amar aquello que no se conoce”. H