Mientras usted lee hoy este artículo, muchos españoles, tal vez usted mismo, esté ejerciendo su derecho a huelga, preparándose para salir a manifestarse o incluso ejercer como piquete informativo en esta jornada de huelga general.

Muchos más que esos, serán los que hoy no tengan la oportunidad de ejercer ese derecho, simplemente porque no trabajan, porque forman parte de los cinco millones y medio de españoles en paro.

Afortunadamente, muchos más que los dos anteriores grupos, hoy acudirán o intentarán acudir, como cada mañana, a sus puestos de trabajo para contribuir a su prosperidad, la de su familia, y en la parte que a cada uno nos corresponde, la prosperidad de nuestro país.

Los primeros síntomas de la crisis económica actual se dejaron notar en el 2008: precios al alza de las materias primas, elevada inflación, amenaza de recesión, crecimiento del desempleo, dificultades crediticias e hipotecarias, falta de confianza en los mercados... Con Estados Unidos como punto de partida, poco a poco todos los países desarrollados comenzaron a sentir el impacto de la crisis.

En Europa, Islandia fue uno de los primero países en sufrir los reveses de la coyuntura económica, con una crisis financiera que llevó al colapso a sus tres principales bancos. Los islandeses entendieron que prolongar las protestas no era lo que sacaría a su país de la grave situación en la que se encontraba, y gracias a la colaboración de agentes sociales y partidos políticos, Islandia logró estabilizar su situación.

Pero el elemento realmente desestabilizador de la economía europea ha sido Grecia. Desde principios del 2010, Grecia viene arrastrando una gravísima crisis financiera que más de dos años después, y después de dos rescates por parte de la Unión Europea, no ha dado ningún síntoma de remitir.

Si algo ha caracterizado a la sociedad griega en los últimos años ha sido el enfrentamiento, las constantes revueltas, que han impedido, ralentizado o dificultado la toma de medidas necesarias para frenar la caída libre de la economía griega.

La situación griega ha supuesto, está suponiendo, un grave perjuicio para el resto de la UE. Pero para quienes peores efectos va a tener, es sin duda para los propios griegos. Al menos una o dos generaciones tendrá que emigrar. El empobrecimiento social, cultural y económico del país lo pagarán los hijos y los nietos de los que ahora salen a la calle a protestar, en lugar de tratar de sumar en la búsqueda de una solución para su país. ¿Queremos eso para nuestros hijos?

Son dos formas claras de afrontar la situación: sumando o dividiendo.

España puede elegir. El Gobierno de Mariano Rajoy ha tenido que tomar ya algunas medidas necesarias que en otro tiempo no tomó quien tenía que hacerlo. Cuanto más tiempo pasa, más severas son las medidas a adoptar. Las cosas serían muy distintas si desde el 2008, el Gobierno que en ese momento tenía la responsabilidad de liderar el país, hubiera iniciado un ajuste paulatino.

Los españoles le encomendaron a Rajoy la difícil tarea de sacar a España de la profunda crisis en la que nos encontramos. Y eso es lo que está haciendo.

En los próximos días se aprobarán unos presupuestos austeros, que permitirán el ahorro necesario para cumplir con los objetivos de déficit público para este año y para el próximo. Todos tenemos la responsabilidad de que España no se convierta en una Grecia. En nuestra pequeña parcela somos responsables de nuestras decisiones, y todos tenemos la opción para decidir si queremos sumar y no perder como país lo que tantos años nos costó conseguir; o si elegimos dividir, y enfrentamos a las generaciones futuras al abismo de un país pobre y sin salidas profesionales que ofrecerles.

El Partido Popular, el Gobierno de Mariano Rajoy y el presidente Fabra en la Comunitat Valenciana, seguirán ejerciendo la responsabilidad que los ciudadanos les trasladaron. Ejerzamos también nosotros, como ciudadanos, la responsabilidad de elegir un futuro para nosotros y nuestro país.

Sinceramente, no creo que haya otro camino. H