Estamos en el lugar justo que merecemos. En la penosa situación a la que inexorablemente conduce el comportamiento equivocado, de agentes públicos y privados, en un entorno de desconfianza internacional.

Cuando una administración pide un préstamo lo que hace es anticipar el disfrute de una obra, o un servicio demorando el pago a la siguiente generación, o al posterior gobierno. Y resulta que nosotros somos esa generación que debe hacer frente a las deudas de los anteriores. En la administración española democrática, con la excepción de los ocho años de Aznar, en los que el endeudamiento público bajó del 62% al 43% del PIB, parte de nuestro crecimiento se ha fundamentado en el endedudameinto publico, es decir, en consumir hoy lo que se ha de pagar mañana.

Esto se ha acabado. A parte de las administraciones nadie les presta, y al Estado a precios elevados. La solución ya está adoptada, es la ley déficit cero.

Cuando en 2007, Rajoy, Pizarro o Soraya hablaban de inicio de la crisis y de ascenso de la prima de riesgo, a la izquierda le parecían extraterrestres. Era aquel el momento de tomar medidas, sin embargo se optó por pasar de los 286.000 millones de deuda del gobierno central en 2007 a 536.000 en 2011, y hasta 700.000 para el Estado. Armémonos todos de paciencia porque quienes desde la izquierda se manifiestan por la reducción de 10.000 millones en sanidad y educación deben saber que eso cubre solo el 1,4% del agujero que la misma izquierda ha generado.

Y aquí estamos, en el momento en el que nadie quiere pagar nuestro exceso de gasto, y hemos de ser nosotros mismos. Y solo cuando, ajustes y reformas mediante, podamos equilibrar ingresos y gastos volverá el crecimiento.

Todo lo demás, incluyendo las promesas del nuevo Gobierno francés, andaluz o el futuro griego de no ajustar sus cuentas, son pesadas bromas que ellos nunca se han creído.

Pronto estaremos mejor, pero antes hemos de hacer nuestro esfuerzo y el que los anteriores gobernantes no quisieron hacer. H