El camino hacia la reconciliación de Euskadi tiene multitud de cruces. En uno de ellos deberían poder encontrarse las víctimas y los verdugos. En primer lugar porque el relato de lo que ha sido el País Vasco en las últimas décadas debe incluir a todos sus protagonistas así como las reflexiones de ese momento de la historia especialmente sobrecogedor. La actitud de las víctimas de ETA ha sido ejemplar y, en muchos casos, callada. A ellas les importa que la opinión pública conozca su sufrimiento y, en un paso más, hablar de ello con aquellos que se lo provocaron y buscar el por qué. A la iniciativa oficial para que unos y otros se encuentren, ya con la banda dispuesta a cesar la violencia, solo 11 víctimas se han reunido con 11 disidentes de la organización terrorista.

Los encuentros deberían ayudar a asumir una realidad pasada y presente. Y ejemplifican la Euskadi de hoy, la que apuesta por el diálogo en contraposición a las armas. No se trata de un borrón y cuenta nueva para los antiguos etarras o que estas citas puedan redimir penas, pero su gesto individual y su acto de conciencia, los acerca a una realidad de la que han estado separados durante muchos años. Es un diálogo vasco.