A falta de la confirmación oficial, que llegará mañana, la primera vuelta de las elecciones presidenciales egipcias es motivo de preocupación. Egipto se ha polarizado. Los candidatos moderados, laicos y democráticos, han sido relegados. Los dos aspirantes que se enfrentarán a mediados de junio en la vuelta definitiva representan el viejo régimen de Hosni Mubarak en la persona de su último primer ministro, Ahmed Shafiq, y a los Hermanos Musulmanes, perseguidos durante la dictadura, con Mohamed Mursi. El sector que impulsó la revolución de la plaza de Tahrir ha quedado arrinconado. El candidato que mejor los representaba, el izquierdista Hamdin Sabbahi, habría quedado en un honroso, pero insuficiente, tercer puesto. Una victoria final de Shafiq aseguraría al Ejército su continuidad en el poder. La de Mursi pondría todas instituciones en manos de la cofradía islámica que ya controla el Parlamento.

El futuro que dibuja la primera vuelta se añade a la incertidumbre sobre el papel del presidente. Las fuerzas políticas no se ponen de acuerdo sobre la Constitución pos-Mubarak. Sin consenso sobre la Carta Magna y con la crisis económica por la que atraviesa el país, la transición vive momentos de riesgo.