Nadie negará, aunque no comparta el contenido, que el Ejecutivo de Mariano Rajoy se puso manos a la obra nada más empezar a gobernar. Tengo el convencimiento, cada vez más reforzado, de que Rodríguez Zapatero adelantó las elecciones para no tener que acometer las urgentes reformas que se resistió a llevar a cabo porque eso le convertiría en un presidente impopular. Siempre he denunciado desde estas páginas que antepuso los intereses de su partido al interés general y que nunca tuvo claro que gobernar no consistía en buscar el aplauso de la opinión de la opinión pública sino gestionar los recursos de todos con eficiencia.

Rodríguez Zapatero era conocedor (y principal responsable) del retraso que España llevaba respecto de aquéllos países de nuestro entorno que, ante las graves dificultades, ya en el 2008 empezaron los ajustes y reformas estructurales que les han permitido salir del túnel cuando algunos todavía estamos a mitad camino.

Y ante la insistencia de nuestros socios europeos para que rompiéramos la senda de inmovilismo y pasividad que caracterizó, fundamentalmente, a la segunda legislatura del ex presidente, éste decidió tirar la toalla, convocar elecciones y que, como vulgarmente se dice, el marrón se lo comiera otro.

Y en esas estamos, con un Gobierno reformista que no elude responsabilidades y que está decidido a hacer los ajustes con el grado de exigencia que requiere esta emergencia nacional para conseguir construir el país que quieren la inmensa mayoría de los españoles.

Hay quienes prefieren seguir confundiendo a los ciudadanos con la demagogia sectaria propia de siglos pasados, lanzando mensajes alarmistas que no parecen ser los mas recomendables ni para nuestra confianza e imagen interior ni mucho menos para la exterior. Y esa falta de responsabilidad, caracterizada por una impaciencia extrema con la que solo conseguirán destruir nuestra credibilidad, les pasará factura tarde o temprano.

Pero hay otros que estamos firmemente decididos a aguantar el tipo, a seguir en pie como lo hemos hecho otras veces convencidos de que es posible salir de ésta si hacemos nuestros deberes. Nada nos va a desviar de esa ingente labor que tenemos por delante; ni siquiera las constantes provocaciones del principal partido de la oposición, instalado en la confrontación permanente y que sigue sin ofrecer alternativas que nos permitan superar su nefasta gestión.

No quieren que hablemos de herencia cuando es precisamente ésta la que nos urge a adoptar medidas. Hoy jueves se convalidará, previsiblemente, el décimo octavo real decreto ley de un gobierno que lleva sólo 5 meses en el poder. Es cierto que el real decreto ley es un instrumento excepcional pero no es menos cierto que estamos ante un tiempo excepcional que no permite, a un gobierno que ha ganado por abrumadora mayoría, que dilate unas medidas que llevan un retraso descomunal.

También en este tiempo se han aprobado los Presupuestos Generales del Estado para 2012, esos que Rodríguez Zapatero y su equipo no se atrevieron a abordar en los estertores de su mandato; se ha tramitado una Ley de Estabilidad Presupuestaria que es el eje sobre el que pivota la acción de un gobierno que sabe que no se puede gastar más de los que se ingresa, y hemos asistido a tres debates en pleno con el presidente del Gobierno. Vamos, que por dura que sea la realidad, que lo es, este Gobierno ni la esquiva ni la elude porque está decidido a abordar los problemas sin aparcarlos en los cajones, esos que guardaban demasiadas facturas que por fin han visto la luz.

Pero no solo eso, también Europa debe tener claro el rumbo porque la integración económica y política de hace 25 años, culminada con la posterior monetaria, necesita reforzarse. El euro es un proyecto irreversible al que ni debemos ni queremos renunciar y Europa debe reafirmar con claridad, disipando cualquier duda al respecto, ese acertado compromiso que en su día adquirimos. H