Que Europa y el mundo económico-financiero hayan estado pendientes de las nuevas elecciones en Grecia, un país cuyo PIB representa menos del 2% de la Unión Europea, dejando de lado las legislativas en uno de los grandes como es Francia, ilustra la gravedad del momento y los efectos que podía tener el resultado griego en el euro y en la situación de países que están en la cuerda floja como España o Italia. A diferencia del pasado mes de mayo, cuando los griegos votaron bajo el signo del odio, ayer lo hicieron bajo el del miedo infundido, particularmente, desde Berlín y Bruselas. Con la victoria del conservador Nueva Democracia -el partido que maquilló las cuentas del Estado para poder entrar en el euro-, los griegos han votado al candidato de Bruselas y han ofrecido la señal inequívoca de que se quieren quedar en el euro. Ahora deberían formar sin dilación un Gobierno para ofrecer estabilidad, como exigen los mercados.

Pero sería un error si la Unión Europea interpreta esta bocanada de oxígeno como una solución. Ha llegado el momento del realismo. Las draconianas medidas impuestas por la troika (Comisión Europea, Fondo Monetario Internacional y Banco Central Europeo) a un país en pleno naufragio y sin capacidad de generar crecimiento son imposibles de cumplir. No solo la izquierdista Syriza pedía una renegociación del plan de ajuste. Al final, también la ganadora Nueva Democracia se convirtió a la necesidad de revisar la fórmula.

El realismo exige una flexibilidad que vaya más allá de ofrecer una ampliación de los tiempos como hizo ayer el ministro alemán Guido Westerwelle. El realismo exige pensar que son los ciudadanos quienes están pagando duramente los errores de la clase política y la falta de pulso de una Unión Europea centrada en la moneda e ignorante de las personas. Pero el realismo exige algo mucho más profundo y no solo con Grecia como objetivo. La crisis del euro ha puesto al descubierto todas las deficiencias de la construcción europea. De las ruinas griegas debe salir la Unión que debía haber sido y nunca fue por las estrecheces de sus dirigentes, una unión fiscal y bancaria que desemboque en una auténtica unión económica y política.

Pronto habrá dos ocasiones para saber si se ha aprendido esta lección. Una, el Consejo Europeo de los días 28 y 29. La otra, cuando la troika regrese a Atenas.