Querido lector:

Si un japonés, por decir una nacionalidad lejana donde las haya, viviera el ideario común español durante, por ejemplo, tres meses diría con total normalidad que ha sufrido convulsiones en un manicomio del siglo XIX y que no ha entendido, ni entiende ni entenderá este país. No le faltará razón, seguro. Y el ejemplo del fútbol es ideal para ilustrarlo.

Tenemos el mejor equipo de la historia del fútbol patrio, campeón de Europa en 2008, campeón del Mundo en 2010 y ya clasificados para cuartos en la Eurocopa del 2012. Una selección envidiada en todo el mundo, temida en todo el mundo y con un juego que maravilla a todo el mundo. Y si no, lean la prensa extranjera de cualquier lugar del globo. Se lo recomiendo.

Pero lo que es aún más tangible que las estadísticas, transmitimos una sensación de superioridad y de dominio del balón tan abrumadora, superior incluso al mejor Brasil de nunca, que hasta los partidos pierden la intensidad que tenían hace tan solo unos pocos años cuando recurríamos al tópico de la furia para obtener una mera clasificación.

Y es más. Ha sido tal el impacto de La Roja en el sentir nacional que era impensable hace bien poco ver tan poblados balcones y ventanas de pueblos y ciudades con la enseña nacional o similares, vivir las aglomeraciones de jóvenes con el coro del cántico ‘soy español’... hasta en las comunidades menos españolistas, o que 15 millones de personas se sentaran delante de un televisor a disfrutar o sufrir, vivir o sentir a los Iniesta, Silva, Torres o Casillas.

Y como si todo esto no fuera, blandimos el cilicio y nos azotamos pidiendo perdón por haber pasado de ronda, obligando a Iniesta a solicitar confianza y a Del Bosque a afirmar que no sabemos valorar lo que tenemos. Lo dicho, un país de atar.