Con el verano llega también el tiempo de los festivales, con una programación que, vista en su conjunto y siendo ecléctica, apuesta por la calidad y la variedad, con un amplio repertorio para públicos muy diversos. La oferta es intensa y extensa, desde el ya mítico FIB (que convierte a Benicàssim en capital mundial de la música por unos días), pasando por el Arenal Sound, Rototom, Costa de Fuego o el tradicional Festival de Jazz de Peñíscola.

Gracias, en algunos casos, a la ayuda institucional, y en otros muchos a las iniciativas privadas, lo cierto es que, a pesar de los tiempos de crisis, la posibilidad de disfrutar con cultura de las noches de verano se plantea como una alternativa vital que, además, se convierte en un factor de dinamización económica. Tan cierto es que se han recortado presupuestos como que se mantiene la voluntad de ofrecer espectáculos para todos los gustos, con festivales que juegan al caballo ganador o bien con propuestas más audaces. En cualquier caso, es una buena noticia porque, en el fondo, nos habla de la necesidad de cultura y diversión, de goce estético y ganas de afrontar los problemas con amplios espacios para la vitalidad. Una buena apuesta.