El anuncio de la victoria del islamista Mohamed Mursi despeja la incógnita del nombre del nuevo presidente de Egipto, pero mantiene abiertas en ese país muchas otras, todas inquietantes. La tardanza en anunciar los resultados electorales cuando los dos candidatos, el islamista y el del viejo régimen, cantaban victoria conduce a sospechar que ha habido algún tipo de pacto entre quien realmente detenta el poder en Egipto, el Ejército, y los Hermanos Musulmanes, lo que no constituiría una novedad.

Lo preocupante es el limbo en el que se moverá el nuevo presidente a falta de conocerse su poder real y sus deberes. Sin Constitución, sin Parlamento tras que la Junta Militar lo disolviera hace pocos días, con el Ejército asumiendo labores policiales y de seguridad nacional, el papel de Mursi está por definir.

Preocupa también la calle. La victoria del candidato islamista desactiva sin duda la airada respuesta ciudadana que se hubiera producido en caso de declararse ganador a Ahmed Shafiq, pero no evita una posible reacción de los sectores laicos. Estos últimos, así como la minoría que forman los cristianos coptos, tienen mucho que perder con el poder en manos del islamismo, sin olvidar a Israel.