Querido lector, la semana pasada me enteré a través de una publicación semanal que se reparte gratis por Castellón, que el Ayuntamiento celebró un debate sobre “el estado de la ciudad”. Acto que, de entrada, y seguramente porque me guiaba por los titulares, me provocó alegría. Cierto. Posiblemente, pienso yo, porque me acordé de que este método que tiene su origen en el debate sobre “el estado de la nación” que se celebra desde 1983 en el Congreso de los Diputados (lo instituyó Felipe González), permite al Gobierno y a toda la oposición analizar abiertamente la realidad y dar a conocer ante los medios y la sociedad las posibles soluciones. Tal vez por eso, por su utilidad, ha engarzado en los usos y costumbres de las instituciones y se ve como una herramienta que ayuda al conocimiento y a la participación democrática. Pero, sobre todo, y en beneficio de la sinceridad, reconozco que mi momentánea satisfacción también tenía que ver con algo más sentimental e, incluso, romántico: seguramente estaba relacionada con el recuerdo y la añoranza de aquellos debates de totalidad de principios del proceso autonómico valenciano en los que el molt honorable president Joan Lerma analizaba la situación y, posteriormente, los portavoces de la oposición, independientemente de su posición ideológica, respondían con las críticas imprescindibles, pero, al tiempo, con propuestas constructivas y, sobre todo, con altas dosis de ilusión y confianza en las posibilidades que, para el buen gobierno, la justicia social, la identidad, etc., ofrecía la institución naciente. Algo que, y me refiero a la esperanza, tengo la impresión que se ha perdido por culpa de la corrupción y el recentralismo que abanderan algunos en el PP. Triste realidad que nos va a obligar a todos los valencianos de buena voluntad a situar como tarea necesaria y urgente la de defender la dignidad de las personas, de las tierras, de las instituciones de autogobierno y la identidad de nuestro país, el valencià, claro.

Querido lector, a pesar de mi jocosa e inicial ilusión y de lo dicho sobre la importancia que tiene el debate del estado de la ciudad, de la comunidad autónoma o de la nación española, he de reconocer que mi gozo duró poco. Fue sentarme y leerme toda la crónica del debate de la ciudad y me encontré que ese semanario que se regala no decía ni una palabra de las intervenciones y propuestas de la oposición. Todo era un monólogo del alcalde que, encima, y lo pueden comprobar, solo usa el nombre de la portavoz, de Amparo Marco, para decir que no quiere sentarse con ella a discutir la propuesta socialista de “un decálogo para un pacto en la ciudad”. Así es que me encontré con un alcalde, un PP, que no reconoce a la oposición como parte de la acción democrática (ni en momentos difíciles que requieren diálogo, participar, unir fuerzas, consensos, etc.) y, también, con un semanario que por motivos que desconozco se dedica a la propaganda política. En cualquier caso, los dos degüellan las posibilidades que ofrece el debate del “estado de la ciudad”. Aunque, por desgracia, lo peor vino después, cuando ese mismo día leo otro periódico, de tirada nacional, y veo que Rajoy, el PP, el Gobierno, confirma que durante este año, el 2012, no habrá debate del “estado de la nación”. Algo que no tiene sentido en la medida en que va contra la lógica, los usos democráticos y parlamentarios... etc. Además, porque frente a las dudas, los incumplimientos, las contradicciones, los recortes y a las desesperaciones que provoca la gestión de la crisis, la solución no puede ser dar la espalda a los ciudadanos y a las instituciones democráticas, ni impulsar acciones que fomenten la confrontación, la falta de transparencia, etc. En definitiva, querido lector, uno tiene la impresión de que vivimos un tiempo ya vivido en el que la mayoría absoluta del PP saca sus tics autoritarios y escapistas, de poco diálogo y mucha chulería. No le gusta dar cuenta del estado de la cosa pública ni aquí ni allí. H