El actual estallido de violencia entre Israel y el territorio palestino de Gaza ha recordado lo que ya se suponía, que asesinando al jefe militar de la franja, las fuerzas hebreas son capaces de llegar al corazón del Gobierno de Hamás. Y ha mostrado algo que se desconocía aunque podía sospecharse, y es la capacidad de los cohetes disparados desde la franja de amenazar no solo los núcleos urbanos próximos a la frontera como hasta ahora, sino de amenazar Tel-Aviv e incluso la ciudad santa -también para los musulmanes- de Jerusalén. Una vez hecha esta demostración de fuerza desigual por ambas partes, ¿se detendrá la escalada de violencia? Parece ser que no. Israel sigue con los preparativos de una posible invasión terrestre de Gaza para repetir lo que podría ser una nueva edición de la operación Plomo Fundido lanzada hace cuatro años contra la franja. Entonces como ahora, la ofensiva contra el territorio palestino controlado por Hamás se produjo a dos meses de las elecciones israelís, lo que induce a pensar en un cínico cálculo en ambas ocasiones.

Las puertas del infierno que Hamas dijo que Israel había abierto acabarán engullendo a muchos, pero la violencia no solucionará el conflicto, ni dará seguridad a Israel ni ayudará a los palestinos a defender sus derechos.