Más de 5,4 millones de catalanes tienen derecho a ir hoy a las urnas en las décimas elecciones autonómicas desde la recuperación de la Generalitat, las más decisivas de esta etapa democrática. En estos 32 años, lo cierto es que muchos ciudadanos de Catalunya no han acudido a votar para elegir el Parlament, con índices de abstención muy elevados, nunca inferiores al 35,6% de 1984 (primera mayoría absoluta de CiU, tras el caso Banca Catalana). La mayor cota se alcanzó en 1992, cuando un 45,1% no depositó su voto. La abstención o el voto en blanco, que ha crecido en las últimas convocatorias por la desafección política, son opciones perfectamente legítimas, aunque la importancia de las elecciones de hoy convierte en más necesaria la presencia de los votantes. Pero si se confirma la tasa del 62%-64%, vaticinada por el último sondeo de este diario, la participación quedará lejos de las mejores expectativas.

Tras una de las campañas más “sucias” de la democracia, en palabras de Artur Mas en referencia al borrador con acusaciones de corrupción contra él y contra Jordi Pujol, los catalanes tienen la oportunidad de decidir sobre las dos cuestiones que se dilucidan en las urnas. Por una parte, si el Parlament tendrá una amplia mayoría soberanista que permita iniciar el proceso hacia la independencia con la celebración de una consulta para ejercer el derecho a decidir. En este aspecto, la incógnita es si Mas tendrá la mayoría absoluta o tendrá que depender de otras fuerzas soberanistas, singularmente ERC.

La otra cuestión que se decide es si la mala gestión que, según las encuestas, los catalanes reprochan al Govern tendrá incidencia en el voto. De esta decisión, es decir, de la influencia de los recortes y de la crisis en el voto, dependerá probablemente la resolución de la otra incógnita: cuál será la segunda fuerza política, puesto que se disputan el PSC, ERC y el PP. En cualquier caso, superadas ya las descarnadas disputas de la campaña, orillada la demagogia, atenuado el ruido de los insultos y de las descalificaciones, tanto vencedores como perdedores deberían hacer un esfuerzo para preservar la convivencia y la cohesión social, valores que la sociedad catalana ha sabido mantener durante tres décadas, pese a que algunos -y en esta campaña ha vuelto a comprobarse— se han empleado a fondo para destruirlos.