Precedida de polémica, ayer se celebró en Tarragona la beatificación, por parte de la Iglesia católica, de 522 religiosos que murieron de manera violenta “durante la persecución religiosa de los años 30 del siglo XX”, según la expresión de la propia organización, la mayor parte de ellas durante los años de la Guerra Civil.

Los nuevos beatos se suman a los 1.001 habidos desde 1987 bajo los pontificados de Juan Pablo II, el máximo impulsor de la iniciativa, y Benedicto XVI. Este ensalzamiento de los “mártires del siglo XX en España” ha obtenido vivas críticas tanto desde el laicismo como desde el cristianismo progresista porque se entiende que la jerarquía católica no es ecuánime al analizar un período de tan doloroso recuerdo colectivo. No toda la Iglesia colaboró con Franco, pero lo cierto es que todavía no se ha producido una petición de perdón por parte de la Conferencia Episcopal Española en relación a su silencio ante los crímenes perpetrados por la dictadura.

La memoria histórica debe ceñirse a la reconstrucción de la verdad, a la reparación de las injusticias y a la asunción colectiva de responsabilidades. Sin necesidad de magnificar las heridas con boatos ideológicos, como se encargó de expresar ayer el papa Francisco.