Barack Obama repite que los ciudadanos de su país lo eligieron para acabar dos guerras, la de Irak y la de Afganistán. En ambos países, la implicación de Estados Unidos sobre el terreno ha desaparecido (el primer caso) o está a punto de hacerlo (el segundo), aunque eso no equivalga a paz. Sin embargo, ambos conflictos forman parte de una guerra más amplia y de fronteras totalmente indefinidas como es la guerra contra el terror lanzada por la Administración de George Bush. En esta guerra Obama se ha convertido en un beligerante activísimo, y también discretísimo, gracias a los aviones no tripulados, los drones o zánganos, multiplicando al menos por diez los ataques teledirigidos ordenados por su antecesor contra terroristas en países como Somalia, Yemen, Afganistán y Pakistán.

En tiempos de recortes, el uso de zánganos se presenta como un arma de bajo coste y alta eficacia. Sin embargo, el número de civiles inocentes muertos en estos ataques es elevado. Siendo esta una gran objeción a su uso, hay una gravísima cuestión de principio y de moralidad, como denuncian Amnistía Internacional y Human Rights Watch, y es la ausencia de un marco legal claro, la falta de transparencia y la impunidad.