El tiempo siempre resitúa hechos y personas. La figura de John Fitzgerald Kennedy no escapa a esta ley. El hecho de ser abatido por unas balas asesinas hoy hace 50 años magnificó la figura de este presidente. De su mandato merece ser destacada la gran sensatez con la que gestionó en 1962 la crisis de los misiles, una crisis que pudo haber abocado al mundo a una nueva confrontación bélica. Por el contrario, a él se debe el inicio de la escalada en Vietnam. Y fue su sucesor, Lyndon B. Johnson, quien desarrolló los programas sociales y acabó con la segregación racial. El tiempo y las revelaciones que se han sucedido han situado a Kennedy en una dimensión menos icónica.

Hay muchos paralelismos entre JFK y el presidente Obama. Ambos eran jóvenes cuando llegaron a la Casa Blanca. Uno era el primer presidente católico en un país donde el poder era terreno de protestantes. El otro ha sido el primer presidente negro. Y ambos han dominado todos los recursos de la retórica en unos bellísimos discursos. Sin embargo, las hermosas palabras del presidente asesinado no se reflejaron en los hechos. Lo mismo ocurre con Obama, con el agravante para este de que JFK no pudo acabar su primer mandato y el actual presidente ya va por el segundo.