Querido lector, desde hace tiempo se habla de la urgente necesidad de regenerar la democracia, de recuperar la confianza social en la política y en los partidos... etc. Comentarios, estos, que surgen y se mantienen, entre otros motivos, porque muchos de los problemas que sufren los ciudadanos se eternizan como una plaga bíblica que no tienen solución. Por lo tanto es lógico ver como, ahora, en unos momentos donde todo se agrava con la crisis de la política en España y en Europa, vuelven con fuerza a aparecer una alarmante desafección ciudadana e insatisfacción con la política democrática y, al tiempo, de forma paralela, renace la urgente necesidad de aprobar medidas para mejorar la calidad de la democracia. En caso contrario, el futuro puede ser peligrosa y desagradablemente dudoso.

Por cierto (y para comprobarlo solamente hay que salir a la calle de cualquier localidad), lo que más ayudaría a que la gente participe y confíe en la política, es ver como se terminan con las ineficaces e injustas medidas de austeridad, se soluciona el paro y, por citar otro ejemplo, en la Comunitat Valenciana el Consell y el PP deciden, de forma seria y definitiva, perseguir la corrupción. Es decir, ayudaría mucho que las decisiones de los políticos, de los gobiernos, fueran claramente útiles al bienestar social o, como dice la Constitución americana y por aquí olvidamos, a la felicidad de la gente. Y, además de los remedios a las dificultades cotidianas, en la medida en que son nuevos tiempos y todo reclama nuevas políticas, también serían adecuadas apremiantes transformaciones profundas en nuestras instituciones, en las normas que establecen nuestros marcos de convivencia y en la forma de hacer política.

Querido lector, ¿Por qué te hablo de regeneración de la democracia? Porque hace no mucho, el PP, y en nombre de la regeneración, quiso cambiar la forma de elegir a los alcaldes. Quiso utilizar la obligación que tenemos de replantearnos aspectos de la democracia y abordar reformas, para imponer una medida partidista, no prioritaria, ni aconsejada por ninguna persona o institución especializada en ciencia política, con el único fin de seguir manteniendo alcaldías y, en consecuencia, poder. En última instancia, cabe advertir que, entre otras razones, esto le pasa al PP porque en estos últimos años se ha dedicado a comerse todos los partiditos de extrema derecha, regionalista o centro-derecha que han ido proliferando a su alrededor. Ahora, por lo visto, sufre el pecado de no tener con quién pactar y, en contra de la democracia y la razón, busca la solución de condenar los pactos. H

*Experto en extranjería