La posguerra de Irak fue toda una lección de que una cosa es acabar con un régimen autocrático y su líder, y otra muy distinta es su sustitución por un proyecto de Estado operativo que evite el hundimiento del país en el caos. Aquella lección no se aprendió, y ahora estamos frente a una repetición corregida y aumentada de Irak, pero esta vez a las puertas de Europa.

En la estela de la primavera árabe, Libia vivió contra el régimen de Muamar Gadafi una rebelión que contó con la cooperación militar de Francia y el Reino Unido, junto a Estados Unidos. Era la primera vez que se adoptaba la norma internacional destinada a amparar a la población civil amenazada. Pero aquel objetivo pronto se arrinconó por el de cambiar el régimen acabando con el tirano. Y lo que siguió ha sido el caos. El país funciona a base de lealtades tribales. A todo ello hay que sumar ahora la presencia de grupos afines al Estado Islámico que están ocupando el enorme vacío político. Libia se aproxima a ser un remedo de Somalia en el Mediterráneo, y eso tendría enormes repercusiones en todo el norte de África y en la otra orilla. La misión de la ONU que encabeza Bernardino León no había conseguido ningún avance visible antes de la aparición de los afines a EI. Ahora la búsqueda de una solución se presenta más difícil todavía.