La severidad de las bajas temperaturas registradas en las últimas semanas, sumada a la excepcional agresividad del virus de la gripe de este año, han coincidido fatalmente con una inesperada caída de la efectividad del millón y medio de vacunas que se han repartido entre la población. Un panorama tan amenazante ha tenido sus consecuencias: incremento súbito de enfermos y saturación inmediata de los servicios de urgencia de grandes hospitales y centros de asistencia primaria. Sin caer en el alarmismo, las autoridades sanitarias muestran su inquietud ante un fenómeno cuyas proporciones superan las de la pandemia del 2010. Los especialistas en microbiología ya habían detectado la agresividad del virus, pero confiaban en que fuera frenada por la vacuna que diseña la OMS para todo el mundo durante el invierno anterior a su administración. Desafortunadamente no ha sido así. La cepa del virus ha mutado de tal forma que esquiva la vacuna en el 48% de los casos. El decepcionante porcentaje, sin embargo, no debe afectar a la confianza de los ciudadanos en la prevención. La vacuna, aun con baja efectividad, evita complicaciones fatales del virus. Prevenir sigue siendo la mejor defensa contra el peor azote del invierno.