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Tres papas han visitado Cuba. Quien más expectativas despertó fue Juan Pablo II en 1998. Era el primero que viajaba a la isla. Procedía de un país comunista y desde el Vaticano había contribuido al hundimiento de aquellos regímenes. Las expectativas no se cumplieron. Ni la dirigencia cubana relajó un ápice el control sobre el país, ni la Iglesia católica sacó grandes réditos en términos de más libertad de culto o mayor influencia social. Con Francisco todo es bastante distinto. Su mediación entre Washington y La Habana fue decisiva para que hoy, no sin dificultades, aquellos países hayan reabierto sus embajadas. Queda un último escollo, y es el del embargo comercial, que está presente en la visita, pero si tiene que haber una declaración importante sobre la cuestión la hará Francisco esta semana, cuando se dirija al Congreso de EEUU, donde está la llave que puede abrir o mantener cerrada la cuestión. Más allá del aspecto político-diplomático, la visita tiene naturalmente un cariz pastoral. La Iglesia cubana ha mantenido un perfil bajo. Para muchos ha sido demasiado acomodaticia. Carece de escuelas y de medios de comunicación, pero hoy el régimen necesita su trabajo asistencial. Ese es el camino. Por eso lo primero que ha hecho Francisco en La Habana ha sido pedir “libertad y medios”.