Ya es significativo que el primer encuentro, el primer cruce de palabras, entre el presidente del Gobierno español en funciones, Mariano Rajoy, y el electo de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, haya tenido que ser en un acto protocolario por triste recuerdo. Un homenaje a las víctimas del accidente del avión de Germanwings -de cuya catástrofe suicida se cumple hoy un año- les reunió ayer en el aeropuerto de El Prat. Cruce de fríos saludos y poco más. Así de roto está todo. Rajoy ni siquiera cumplió con el detalle protocolario de felicitar al presidente catalán en enero por su elección. Cogido a contrapié, como nos pasó a casi todos, no supo o quiso reaccionar. Es tanto el distanciamiento, que el jefe del Ejecutivo evitó dar las condoloncias el domingo pasado, tras el accidente de autocar de Freginals.

La reunión de la semana pasada entre Puigdemont y el líder del PSOE, Pedro Sánchez, desarrollada en un tono cordial, indica que se puede dialogar y ser respetuoso desde la discrepancia sobre cómo ha de encauzarse el conflicto catalán. Los ciudadanos españoles votaron el 20-D por el diálogo como forma de llegar a un acuerdo. Es cierto que a los protagonistas les está costando, pero en el caso de Rajoy podemos decir que es imposible.