La economía productiva de Castellón tiene cuatro pilares básicos propios. La potente industria cerámica que supone el sustento directo e indirecto de casi un tercio de la población; la mal desarrollada industria turística que pese a sus debilidades tiene ante sí el reto de constituirse en el vector de futuro más prometedor; la industria energética que supone empleo de calidad y la industria de la naranja, la más apegada a la tierra, la más afectada por las coyunturas cambiantes y la que precisa de una transformación urgente, pero que aún así supone el 10% del empleo provincial y casi el 15% de nuestras exportaciones.

Todas ellas se han enfrentado a la larga crisis de la última década y todas ellas, como valoracion global, han aguantado. Porque con sus aciertos y desaciertos y con sus propias idiosincracias particulares, siguen constituyendo el ADN económico castellonense, la economía productiva sobre la que se sustenta la gran parte del resto de la economía de servicios.

En los diagnósticos apresurados que se realizaron allá por los años 2007, 2008, 2009 o 2010, los años del crack económico español más virulento de la historia, la mayoría de los análisis de los expertos, muchos de ellos políticos, señalaban que Castellón debía acometer, entre otras acciones, una renovación en profundidad tendente a una mayor diversificación de su economía y a introducir nuevos sectores productivos e ir deshaciéndose de la dependencia de las industrias tradicionales. Como se ha comprobado casi 10 años después, estas recetas solo eran válidas en la parte de la renovación tecnológica, del impulso para abrir nuevos mercados en la economía global, del desapalancamiento financiero de las empresas, de la incorporación de capital humano cualificado. En lo fundamental, en la faceta del cambio productivo, solo acertaron en lo evidente, en desechar el sector de la construcción y digerir la bola creada. En el resto erraron por completo. Han sido los mismos sectores productivos, como no podía ser de otra forma, los que han tirado del carro y los que aplicando transformaciones en profundidad como las citadas, están logrando salir de la crisis.

No obstante, nos encontramos a un tercio del camino iniciado. Las diferentes velocidades que siguen estos cuatro pilares básicos de nuestra economía, nos hacen ver bien a las claras que dos de ellos, el turismo y la naranja, deben acometer transformaciones más profundas.

Como siempre, la política no ayuda demasiado, más preocupada en mirarse el ombligo y en el cortoplacismo como elementos más negativos. Y en solventar los problemas de urgencia social generados por la crisis, en la parte positiva, aunque sin tener en cuenta que con eso solo no basta.

De ahí que nos encontremos ahora mismo en la provincia de Castellón ante un reto que creo no acaban de ver claro los administradores públicos responsables, especialmente desde la Generalitat (no menciono al Gobierno del Estado porque creo que ni sabe que Castellón exista). Tenemos dos sectores estratégicos, con capacidad para generar riqueza y empleo, fundamentales para la reactivación económica castellonense, uno prácticamente desaparecido de la política industrial estratégica de la Generalitat, la agricultura, en nuestro caso, la producción, la transformación y la comercialización citrícola y el otro solo dando los primeros pasos muy lentamente, el turismo.

El segundo está en marcha. Precisa de mucha mayor rapidez, pero es más complejo: apuesta financiera, de promoción interna y exterior, potenciación del aeropuerto, del futuro AVE, mejoras en las conexiones por carretera, amén de políticas urbanísticas y de territorio de la costa e interior...

Pero el primero, la modernización agraria, está practicamente abandonado. En la Conselleria de Cebrián están más preocupados con sus cuitas internas y sus postureos verdes que en el sector que da sentido a que exista una Conselleria de Agricultura en esta Comunitat (y que sin embargo pasa de él).

En la provincia de Castellón genera miles de empleos. A pesar de su minifundismo productor, supone complementos de renta básicos para el sostén de miles de familias. Y es uno de los sectores exportadores, el más tradicional, de nuestra economía. Supone el 15% del comercio exterior castellonense.

Sin embargo sigue sujeto a coyunturas climatológicas y de volatilidad de mercado prácticamente a pecho descubierto; continúa sin regulaciones laborales adecuadas; posee unas ratios muy altas de abandonos de producción; continúa en una espiral envenenada de envejecimiento de su población activa; su comercialización está demasiado sujeta a los monopolios de la distribución; las políticas de asesoramiento e investigación varietal están siendo olvidadas; las fórmulas cooperativas no funcionan tan bien como en otros territorios; no existen políticas activas de promoción o creación de marcas de calidad; su desprotección ante productores terceros es infumable; no se realiza política de lobby en las sedes europeas de toma de decisiones; las ayudas a la exportación brillan por su ausencia; la Comunitat sigue siendo invisible para el Ministerio de Agricultura... y así cien problemas más.

Cien problemas que se ponen de manifiesto en temporadas como esta, de considerables dificultades en precios, en competencia extranjera, en climatología... En temporadas en las que la Conselleria de Agricultura está aún por decir que esta boca es mía.

Es tan así que si se produce como parece una remodelación del Consell en un futuro próximo, yo propondría al sector que pidieran su supresión o que devolvieran competencias. Los sindicatos agrarios y las patronales empresariales, ambas partes con intereses totalmente diferentes pero con el elemento común de pertenecer al mismo sector, creo que hasta lo agradecerían.

*Director de Mediterráneo