En el primer curso de Periodismo de la Facultad de Ciencias de la Información aprendió que escribir y sentir no se enseñaba en las aulas. Y así se ratificaba el profesorado que mandaba a los estudiantes a patear medios de comunicación para iniciarse en este oficio tan bello. Eran casi expulsados de aquel edificio gris que hace muchos años albergaba, quizás, los mejores sueños de Madrid. Y se buscaban la vida por los pasillos de Prado del Rey, en las redacciones de El País, Diario16, Gaceta Ilustrada, en las ondas de la SER y de Radio Popular.

Ella comenzó en esas ondas radiofónicas y un veterano periodista le dijo aquello que marcó toda su carrera profesional: cuando estás delante de una máquina de escribir nunca olvides que hay una responsabilidad en este trabajo, hay que informar y formar. Le dijeron que el periodismo era un servicio público, un instrumento para contar la verdad, pero también con la responsabilidad de no ofender derechos ni justicias, escribir con la conciencia limpia, con el respeto permanente a las personas. Es el periodismo y su ética. Un código deontológico que se perdió en este país hace tiempo. Contar la verdad con responsabilidad y con humanidad. Para ella eran sagrados estos principios. Opinar no era informar. De redacción en redacción, siempre acompañada con su diccionario de sinónimos y un libro de ética y estilo periodístico, fue aprendiendo que la grandeza del oficio era, precisamente, la humanidad, la empatía con las personas y sus problemas, además de contrastar hasta tres veces las noticias intencionadas.

Hay mujeres y hombres que se juegan la vida haciendo periodismo en México. Que escriben y son asesinados, que ejercen con decencia y no se esconden. El buen periodismo abre canales de voz para los vulnerables, para denunciar injusticias y abusos, corrupción y pérdida de libertades. Y son asesinados, perseguidos y castigados en muchos países. Aquí, ahora, hay un periodismo que duele, acomodado, indiferente, que vive del espectáculo, sin conciencia colectiva, con una peligrosa falta de rigor y credibilidad. Y están las redes sociales donde se vomitan estupideces. Un periodista lo es siempre y en todos los espacios. Pero también son el reflejo de una sociedad indolente que engulle hasta las noticias falsas. Informen y formen. Blinden la ética periodística. Es urgente.

*Periodista