Vaya por delante, según se evidencia en las últimas citas políticas, que la ciudadanía cada vez más parece pasar de la gestión pública. Salvo que algún asunto que dirima le afecte particularmente, claro. Lo digo por muchos ejemplos recientes del escenario castellonense. La escasa asistencia de público al Teatre del Raval para atender las explicaciones del bipartito gobernante en la capital de la Plana en el Teatre del Raval es uno de ellos. La concurrencia somera para asistir al pleno donde se analizaba el estado de la ciudad, es otro. O las alarmantes escasas propuestas de la ciudadanía en las diferentes convocatorias de los presupuestos participativos de la práctica totalidad de ayuntamientos de la provincia, otro.

Pero no obstante, la política, la gestión pública y la administración de la vida colectiva son conceptos tan fundamentales que deberían ser objeto de atención y vigilancia ciudadana constante... a pesar de lo difícil que a veces resulta entenderlos y a pesar de las paradojas que a veces nos otorgan. Especialmente en esta nueva etapa política abierta en mayo del 2015 con la desaparición práctica de las mayorías absolutas, con la mayor pluralidad política y con la necesidad de pactos para la gobernanza. Unas situaciones que provocan extraños compañeros de cama.

Es el caso de Castelló en Moviment en la capital de la Plana. Una formación municipalista ligada al ideario de Podemos que sostiene al bipartido en el gobierno municipal formado por PSPV y Compromís, pero que sin embargo les supone más azote opositor que la propia oposición integrada por PP y Ciudadanos.

Y por si esta circunstancia no fuera ya poco entendible, esta misma semana ha rizado el rizo. En el pleno de debate sobre el Estado de la Ciudad señalado, hemos comprobado un grado más de paradoja política. Hemos visto que gracias a su oposición más frontal y a sus críticas más desaforadas al gobierno que sostiene, han provocado que las desavenencias constantes entre los dos socios de gobierno en los últimos meses se disipen públicamente y su unión salga más reforzada.

No era ni por asomo el objetivo de la formación de Xavi del Señor (Maquiavelo solo ha habido uno en la historia) pero ha sido el resultado logrado. Con una sola sesión esta formación ha puesto fin a un periodo de desavenencias, de tensión y de mucha dificultad de convivencia entre los grupos de Amparo Marco y de Ignasi García.

Hay que reconocer que su papel no es fácil. Participar del pacto que permite la gobernanza municipal en Castellón, el Pacte del Grau, criticando a todas horas sus carencias o incumplimientos y al mismo tiempo sosteniendo al ejecutivo sin participar de él ni de las decisiones que adopta por voluntad propia, puede llevar a estas situaciones un tanto kafkianas, prácticamente inentendibles.

Es más. Nadie sabe cómo va a ser el discurrir político en este sentido en los próximos dos años de fin de la legislatura, pero lo que sí parece evidente para esta formación es la dificultad que va a tener para explicarlo y el riesgo electoral consecuente que le va acarrear.

Ahora, este caso no es el único en las paradojas de la cama política. Si alguien es experto en estas lides, ese es el PSPV. Siempre ha sido un partido con un debate interno intenso. Muy intenso. Los que tengan memoria no tienen más que recordar la tradición cainita de sus congresos y sus soluciones in extremis a altas horas de la madrugada... cuando todo parecía imposible.

Pues bien, Castellón (la Pobla Tornesa, en concreto) ha sido en las últimas semanas el escenario de la vuelta a esa tradición casi olvidada que ha desconcertado y desconcierta hasta sus propios cuadros y militantes, y que está continuando ahora con los preliminares del congreso de Pais que deberá elegir, tras las primarias kafkianas generales, al secretario general del PSPV.

Por las preguntas recibidas por algunos ciudadanos interesados (pocos) en la política, he deducido que también muy pocos entendían eso de que Ximo Puig, partidario de Susana Díaz, salía vencedor en las primarias de Castellón cuando el sanchismo había barrido a la corriente susanista. Y que esa victoria auguraba que el actual president de la Generalitat será sin duda (en lo que concierne a Castellón, aunque también al resto de la Comunitat) el que salga victorioso como secretario general de los socialistas valencianos.

Mi explicación sobre la separación divergente de los dos procesos, resumida en que la mayoría de sanchistas son puigistas también en Castellón y que anque apoyaran a Sánchez en las primarias generales, después iban a estar con Puig, no parecía calar en mi auditorio. Pero es la única plausible, amén de la torpeza y prepotencia inconsciente de militantes como Pep Lluís Grau que se creyeron lo que no eran o de la labor integradora ejercida por Francesc Colomer o del perfil intencionadamente bajo en las primarias ejercitado por varios alcaldes socialistas, o de otras muchas circunstancias.

No se puede culpar a nadie de no entender demasiado bien o de sacar interpretaciones diferentes de este proceso político. Pero lo aparentemente cierto a día de hoy es que el socialismo valenciano sería muy torpe si jugara a dividirse una vez logrado el poder en la Comunitat tras más de dos décadas de ostracismo. Un poder además, ejemplificante en el entorno de la izquierda (PSPV, Compromís y Podemos) y preconizado por el sanchismo vencedor que paradójicamente podría arruinar si intentara minar o eliminar a quien lo ha conseguido.

*Director del Periódico Mediterráneo