El término misofonía procede del griego misos (aversión) y foné (sonido). Se trataría de un trastorno psicológico consistente en la falta de tolerancia a los sonidos cotidianos producidos por los demás. Así, que alguien a nuestro lado masque chicle, carraspee para aclararse la garganta, sorba una cucharada de sopa o camine con suelas de goma sobre una superficie lisa puede resultar insoportable, llegando a desencadenar ansiedad y conductas agresivas.

Hay expertos que asocian la misofonía con un trastorno obsesivo-compulsivo argumentando que podría estar causado por experiencias negativas asociadas a sonidos específicos. Lo que sí es una evidencia es que es una respuesta del sistema nervioso a ciertos sonidos debido a una hiperactivación del sistema auditivo. Y es que el listado de alteraciones mentales que pueden llegar a perjudicar nuestra calidad de vida crece a medida que se conocen casos de pacientes aquejados por problemas difíciles de concebir tiempo atrás. Así, esa sensibilidad a sonidos de baja intensidad, 40/50 decibelios, es decir, por debajo de una conversación normal, podría ser uno de los nuevos trastornos mentales a añadirse en los próximos manuales diagnósticos. Las personas aquejadas de este problema se distinguen del resto en el grado en el que sienten el malestar por estos sonidos cotidianos, siendo capaces de modificar sus hábitos para no tener que escucharlos, lo cual muchas veces las lleva a aislarse. Además, como la conexión entre los estímulos auditivos y la aparición del estado de malestar es tan directa, muchas veces pasan a estar de mal humor de repente, lo cual puede producir discusiones en el ámbito familiar. Al igual que lo que ocurre con los acúfenos, el tratamiento se basa en plantear estrategias para convivir con esta alteración.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)