A menudo, comparo el feminismo con esa teoría física que presta una sensibilidad extrema a los pequeños cambios y pone atención en los procesos que se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan. Me refiero a la teoría que se conoce como «efecto mariposa» y que se empeña en recalcar que aquello que nos parece insignificante puede provocar un gran cambio. En ese sentido, esta teoría nos recuerda que «el aleteo de una mariposa en Singapur puede producir un tornado en Texas». En realidad, con esta licencia poética, el matemático Edward N. Lorenz aplicó en 1960 la teoría del caos al clima. Comparó la meteorología con un caso de caos sometido a reglas estrictas y, a la vez, a una extraordinaria sensibilidad, de tal modo que un movimiento mínimo en la atmósfera podía provocar una serie de acontecimientos concatenados que podrían llegar a producir un cambio radical. Pues bien, si comparo el feminismo con el efecto mariposa es porque lo importante en esta teoría es que nos anima a recuperar el sentido de la responsabilidad en los pequeños detalles. En suma, nos hace pensar en cómo las consecuencias de nuestras acciones diarias repercuten más allá de la esfera cotidiana en la que nos movemos y pueden alcanzar una amplitud insospechada.

En esta dinámica se comprende la afirmación de Katherine Millet que, en los años 70 del siglo pasado, acuñó una de los principios más conocidos del feminismo: «lo personal es político». Con ello, quería decir que la mentalidad patriarcal se forjaba en el ámbito de lo privado y desde allí se expandía al ámbito de lo público, donde se consolidaba la dominación del varón sobre la mujer. Por eso mismo, entender el patriarcado como un sistema de poder pasa antes que nada por la toma de conciencia de las vivencias cotidianas de las mujeres. De ahí que al feminismo se llegue antes por experiencia que por comprensión teórica, aunque esto no impida que sea tanto una teoría como una práctica con la pretensión de mejorar la sociedad. Al respecto, no existe un pensamiento único en el feminismo, pero, a pesar de todas sus divergencias, coinciden en afirmar que las vivencias de las mujeres fueron ignoradas por los idéologos del siglo XIX, para quienes la lucha contra la opresión patriarcal debía subordinarse a la lucha contra la explotación económica.

Los puntos de desacuerdo entre los diversos tipos de feminismos que coexisten en la actualidad no son algo negativo, sino que demuestran que el feminismo está vivo y que interpela a la sociedad desde posiciones distintas. La característica común a todos ellos es la vindicación del acceso de las mujeres a la igualdad real y no solamente formal. El consenso está en avanzar para eliminar la desigualdad en la brecha salarial, para combatir la violencia machista o para erradicar la feminización de la pobreza. Es cierto que, en el siglo XXI, se han producido ya ciertos avances con respecto a antaño, pero aún queda mucho por hacer. Ese sentimiento es el que persiste en millones de mujeres de 150 países que participarán en el paro internacional de mujeres convocado para el próximo 8 de marzo. Una huelga que busca visibilizar todo cuanto las mujeres hacen a diario sin ser consideradas ni recibir retribución alguna.

No cabe duda de que el Día Internacional de la Mujer es una ocasión para dejar manifiesto todos los obstáculos a los que nos enfrentamos las mujeres por el mero hecho de serlo. Es un día para estar unidas a pesar de las diferencias ideológicas y declarar nuestra oposición a un sistema patriarcal que no sólo nos ha dado un papel irrelevante en la historia de la humanidad sino que nos ha ignorado y borrado. En esta jornada, en la que se esperan múltiples movilizaciones a nivel internacional, es donde mejor se observa el efecto mariposa y que comenzó en el 2017 como año del despertar del feminismo.

Tomar conciencia de la desigualdad forma parte del ámbito del pensamiento, pasar al ámbito de la acción es más difícil y precisa mayor valor. Aún así, no hay que restar importancia al momento de la revelación y de la crítica. La realidad social no es una realidad objetiva que se impone con independencia de la voluntad de los actores sociales, como si no pudiéramos hacer nada para cambiarla como le ocurre a una actriz de teatro que no puede alterar su papel en el guión de la obra. Comprender que esto no es así y no aceptar la estructura patriarcal de la sociedad, como si sus reglas estuvieran fijadas de antemano y no pudiéramos hacer nada, es obra del feminismo que empoderó a las mujeres y forma parte de la emergencia de un saber del que ya no hay vuelta atrás. Fueron muchas mujeres quienes nos precedieron en la lucha por la igualdad, y gracias a su voluntad y su tesón caminamos por la senda de la equidad cada vez con paso más seguro. No somos una, somos multitud y hemos llegado hasta aquí con un aleteo aparentemente insignificante que se ha convertido en una avalancha capaz de modificar las reglas que rigen la estructura patriarcal de la sociedad. En este camino recorrido por tantas mujeres, se entiende que el feminismo no es solo una teoría, sino una praxis, una toma de conciencia y una lucha por la igualdad, y ese es el impulso que anima a las plataformas internacionales, estatales y locales, que han convocado la huelga de mujeres para el 8 de marzo del 2018.

*Instituto Universitario de Estudios Feministas y de Género Purificación Escribano