Opinión | Tribuna
ESTHER Vivas
Partos sin violencia
Las mujeres queremos un parto respetado, en que se nos escuche, se tengan en cuenta nuestras necesidades y las del bebé. Un parto sin violencia. Algo que demasiado a menudo no sucede.
No queremos cesáreas y episiotomías innecesarias, separación injustificada con la criatura, partos inducidos arbitrariamente. No queremos que se nos infantilice, se nos engañe. El maltrato que comportan estas prácticas tiene nombre: el de violencia obstétrica. Unas técnicas que ven el embarazo y el parto como una enfermedad, y que a partir de un relación jerárquica, entre el profesional sanitario y la paciente, se tiende a menospreciar nuestra voluntad. Una violencia que nos daña tanto a mujeres como a bebés.
HAY PROFESIONALES conscientes, que intentan hacerlo lo mejor que pueden con los recursos a su alcance. Pero todos los facultativos comparten una formación donde casi no se habla de violencia obstétrica, algo que sería esencial para erradicarla.
Tan importante es poder decidir si queremos quedarnos embarazadas y seguir adelante con un embarazo, como en caso de hacerlo escoger cómo queremos parir, y hacerlo libres de violencia y de ataduras. Sin embargo, nuestra capacidad de decidir a la hora de dar a luz a menudo se queda en la puerta de los hospitales. De ser protagonistas, pasamos a ser, en el mejor de los casos, meras espectadoras de un parto donde otros toman las decisiones.
La violencia obstétrica es la última frontera de la violencia de género, una violencia física y psicológica ejercida contra las mujeres por el solo hecho de serlo. Una violencia aceptada y justificada por la sociedad y las instituciones, y también por las propias víctimas. «¿Por qué tenemos que quejarnos --pensamos y nos dicen-- si tenemos un hermoso bebé entre los brazos?» El miedo, el abandono, la impotencia y el daño físico que podamos haber sufrido no cuentan. Llega a ser considerado «algo normal», y en consecuencia no es reconocido como un acto de violencia.
QUE UNA MUJER quiera decidir en su parto no es un capricho, sino un derecho, que tiene que ser ejercido libre de violencia de género. Escrito puede parecer una obviedad, pero, por desgracia, muchas sabemos que a la hora de la verdad no siempre sucede así.
*Periodista y activista
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