La tragedia que hemos vivido en la ciudad de Castellón esta semana nos ha sumido en una profunda desolación. Lo escribo en plural, porque ese sentimiento de tristeza ha sido unánime en una ciudad que se despertó con la noticia funesta del asesinato de dos mujeres más, de dos niñas a las que un bárbaro, al que no se le debería llamar padre, les segó la vida cuando tenían todo el futuro del mundo por delante. Hemos llorado, literal y metafóricamente, porque no alcanzábamos a comprender lo que la realidad nos presentaba con titulares de espanto. No entendíamos, ni queríamos entender. ¿Por qué cómo se puede explicar que alguien emplee una violencia extrema contra la sangre de su sangre? Es irracional, inexplicable, cruel, atroz. No hay palabras que ayuden a comprender tanta brutalidad.

Como alcaldesa, como ciudadana, como mujer, como madre y como hija me sublevo y me hago las mismas preguntas que cualquiera puede hacerse: ¿Hasta cuándo? ¿Qué tiene que pasar para que la locura del terrorismo machista pase a ser una maldita pesadilla del pasado? ¿Qué está fallando en la sociedad? ¿Por qué las administraciones públicas no aciertan en sus decisiones, en sus leyes, en su Justicia? ¿Somos conscientes de la magnitud de la tragedia de la violencia que mata a las mujeres por el simple hecho de serlo? ¿Qué podemos hacer? No hay respuestas para ofrecerle a la madre a la que le han asesinado el futuro. No le podemos mirar a la cara y decirle que, otra vez, hemos fallado, que esta sociedad, la que formamos todas y todos, ha acabado con sus sueños de felicidad, ha matado su futuro. Cuánta desesperación, cuánta impotencia.

Es posible que falte compromiso para abordar el problema, que es un problema de educación, pero no sólo de la educación de los colegios, los institutos o las universidades, también de la educación que la familia y la sociedad nos transmiten para crecer y hacernos personas. Una reflexión que deberían hacer, de forma especial, los medios de comunicación, que son esenciales para la democracia, pero que también son difusores de la violencia y la presentan a los ojos de la colectividad, la normalizan. Y también debería esforzarse en ser parte de la solución la propia Justicia, que adolece de falta de formación en materia de igualdad y violencia de género. Si la Justicia es ciega, el delito quedará impune.

Los errores de la política, de los tribunales o de las televisiones los pagamos con violencia irreversible. Y no somos conscientes de que hemos tropezado de nuevo con la misma piedra hasta que la actualidad nos amarga el día, como nos pasó este martes. Cuando ya nada sirve, cuando ya nada es posible. Volveremos a llenar la Plaza Mayor con nuestra rabia y las lágrimas expresarán el desasosiego de saber que, otra vez, llegamos tarde.

Es posible que nos preguntemos ¿hasta cuándo? y es igualmente posible que no sepamos qué respondernos ni qué responder. No nos lo digamos más. Actuemos. Los grandes pasos de la humanidad se han dado con ansias de revolución. Y la revolución del siglo XXI va a ser la de las mujeres que luchamos por la libertad. Porque en el fondo todo se reduce a esa hermosa palabra: libertad.

*Alcadesa de Castellón