Tengo una noticia buena y una mala. La buena es que pronto las noches serán más frescas y las temperaturas impedirán prosperar a los mosquitos tigre. La mala es que los nacidos en los pasados días de calor están llegando a la edad adulta. Vamos a ser acribillados a picotazos. Sobre todo en las piernas y los pies, porque el tigre pica a baja altura. Aunque por estas latitudes no transmite enfermedades. Menos mal.

Los científicos le llaman Aedes Albopictus. Aedés en griego significa molesto, pesado, desagradable. Su nombre sería algo así como el pesado de las manchas blancas. Las manchas y el tamaño les distinguen. Y la mala leche: son una de las 100 especies invasoras más peligrosas del mundo. Me pregunto qué habrá sido de nuestro mosquito autóctono.

Este año juraría que no he visto ninguno. ¿Habrán sido desterrados? ¿Exterminados? Nunca pensé que afirmaría esto, pero los echo de menos. Y tengo buenas razones para odiar al mosquito tigre con todas mis fuerzas. Me amarga las tardes en la terraza, no me deja leer en paz, tampoco dormir, se ceba con algunos miembros de mi familia.

En realidad, la buena noticia viene ahora. Bill Gates quiere acabar con ellos. No con los que de noche sobrevuelan mi oído. Con los que en algunos países africanos transmiten enfermedades mortales, como la malaria. Primero manifestó su intención de cargárselos a todos, pero los biólogos le advirtieron de que lo pensara dos veces. Al parecer hay muchos pájaros, mamíferos y hasta peces que comen mosquitos. Erradicarlos provocaría un desastre en la cadena alimenticia. Por eso Gates pagó para lograr una mutación genética que podrá reducir los casos de contagio en el 90%. Los mosquitos portadores de malaria morirán antes de llegar a adultos. Qué estupendas noticias. Ahora solo se trata de esperar a que Bill Gates se preocupe por el que silba en mi oído por las noches y el mundo será casi perfecto.

*Escritora