Dicen que Facebook es la nación más grande del mundo. Que sabe más de nosotros después de unos cuantos likes que nosotros mismos. El trazado de nuestra navegación señala intereses, intenciones, decantaciones y debilidades varias que no pasan inadvertidas. En cierta medida podemos hablar de las redes sociales como una variante del Gran Hermano.

Vamos contorneando, sin demasiada conciencia de ello, un patrón de comportamiento que nos clasifica y cataloga. La gobernanza de esta eclosión de información requerirá controles democráticos y métricas morales que sitúen el alcance realmente deseado de tanta tecnología.

La realidad ha avanzado mucho más rápido de lo imaginado. Vivimos la que se ha denominado segunda edad de la máquina. La inteligencia artificial, el big data, los algoritmos, la robotización y la aceleración del cálculo computacional son rasgos de una revolución tecnológica que no ha hecho más que empezar.

En el fondo vuelve a planear el dilema que nos ha acompañado siempre. Siempre que la humanidad ha cambiado de era los pros y los contras protagonizan un pulso cuyo desenlace debe resolverse en clave de progreso. O nada valdrá la pena. La idea de progreso tampoco es un debate menor. Todo aquello que no equivalga a dignificar a las personas no debería deslumbrarnos. El talento, la inteligencia, la creatividad y los inventos surgidos en cada momento han permitido caminar hacia la superación de pesares y penurias. El conocimiento ha podido ser traducido y entendido en términos de emancipación humana. De alguna manera deberíamos asegurar que lo que nos viene encima seguirá esa estela o, de lo contrario, nos encaminamos no se sabe muy bien dónde.

Hoy podemos vislumbrar un mundo en el que la propia condición humana puede cambiar. Se habla de un futuro en el que la bionanotecnología y la bioimpresión pueden retar a la muerte con cierto éxito. La conexión de nuestro cerebro a la famosa nube donde reside toda la información imaginable y la inimaginable nos abre a otra dimensión. El acceso a todo el conocimiento nos podría hacer omniscientes y omnipotentes. Atributos que habían sido patrimonio exclusivo de dios. Pero esa vinculación no solo nos conectaría sino que nos podría subyugar. Los expertos señalan que seremos vulnerables a la piratería cibernética. Nuestros recuerdos, memoria y pensamientos serían materia objeto de hackers. Todos conectados, todos controlados.

La fusión de lo físico, lo biológico y lo digital como rasgo de esta denominada cuarta revolución industrial, dará paso a un nuevo escalón evolutivo para la especie humana: la transhumanidad. Un estadio que algunos expertos lo pronostican a la vuelta solo de varias décadas y en el que la muerte solo sería una opción.

Pero, y si mientras tanto, lográsemos que la vida, una vida digna para todos, fuese la gran opción.

*Secretario Autonómico de Turismo