Joaquim Benítez se enfrenta a una petición de 22 años de prisión por abusar sexualmente de cuatro exalumnos, los únicos casos denunciados que le señalan y que no han prescrito. Hace ahora tres años, el exprofesor de gimnasia confesó a El Periódico de Catalunya sus delitos. Ante el tribunal, solo admite haber hecho felaciones a dos de los alumnos. Quizá teme la sentencia. Una inquietud que no sintió durante los 25 años que estuvo trabajando en el colegio marista de Sants-Les Corts: «No tenía miedo a ser descubierto porque me sentía amparado por los Maristas», ha declarado ante el tribunal. Benítez se creía amparado, y es lógico que así se sintiera. En 1986, muchos años antes de que ocurrieran los hechos que ahora se están juzgando, la cúpula de la orden religiosa supo que había realizado tocamientos a un estudiante. El padre del alumno se quejó a la dirección de la escuela, el profesor admitió los hechos y el máximo responsable del colegió zanjó el asunto recriminando a Benítez su actitud diciéndole que lo que había hecho era «bastante feo». No hubo nada más. Ni expulsión ni sanciones ni, mucho menos, denuncia.

Los Maristas fallaron de una forma evidente en su deber, como centro educativo, de proteger a sus alumnos. Fallaron ante los Mossos, ya que trataron de obstaculizar la información sobre el acusado. Y, al fin, han fallado a toda la sociedad por no ponerse al lado de las víctimas y abanderar su reparación. El banquillo de los acusados se ha quedado corto para un caso que ha acumulado denuncias de 43 exalumnos contra 12 profesores y un monitor escolar.