Nuestra historia reciente empieza a ser como el chorizo: se repite una y otra vez. A Ciudadanos le está pasando lo mismo que le ocurrió al PSOE ante aquel debate de investidura de Mariano Rajoy, en el que había que optar por la abstención o por una repetición electoral. Sobre Pedro Sánchez pesaba, además, una doble amenaza: las encuestas decían que su resultado sería todavía peor y Podemos estaba aún en un estado bastante saludable. A medida que avanzaban los días, crecía la presión sobre el PSOE y la tensión interna llegó a ser insoportable. El partido se peleó en directo durante horas, optó por la abstención y con el paso del tiempo, resucitó. Se notó que era una formación fuerte, con profundas raíces en nuestra sociedad.

Ahora, Ciudadanos está iniciando su particular travesía del desierto con el inconveniente de que no se han molestado en construir el relato y, por lo tanto, las decisiones de Albert Rivera son incomprensibles. Nacieron con el objetivo de combatir a los independentistas, pero ahora eso ya es secundario. La prioridad es sustituir al Partido Popular como alternativa de gobierno. Rivera no quería política de colores ni de frentes y ahora ya estamos en el punto de los vetos. Y por último, Ciudadanos era el único capaz de pactar con unos y otros, pero ahora sus socios preferentes están a la derecha.

Ahora mismo, el principal problema de Rivera es que carece de identidad. Ahora ya no se quiere ni reunir con el líder del PSOE, como si fuera prácticamente de Bildu. Eso no se lo cree nadie. Es una posición forzada hasta el extremo. Y tampoco se pueden negar sus pactos con Vox, con la excusa de que los han hecho a través de un testaferro. Como mínimo, hay que ser coherente y claro.

*Periodista