Nos esperan el próximo día 10 de noviembre. Denostadas, vilipendiadas, malqueridas, pero están ahí. Y están tranquilas, impasibles, inconmovibles, haciendo oídos sordos a todo lo que se ha dicho de ellas. Pronto nos toca volver de nuevo a lar urnas.

Muchos de ustedes se preguntaran: ¿Qué hago? ¿Voy o no voy? ¿Les doy un portazo a los políticos y a su, al parecer, manifiesta ineptitud para ponerse de acuerdo y sacar el país adelante? ¿Les hago ver con la abstención mi radical desacuerdo con unas políticas ensimismadas y egocéntricas?

«Yo no lo haría...». No pasaría a engrosar la que, según los sondeos, será larga lista de los abstencionistas. Ése sería mi consejo. Pero, como usted, amable lector o lectora, haciendo uso de su santa voluntad, puede hacer caso omiso de mi consejo, permítame que más que consejos le dé alguna que otra razón que le induzca a votar el próximo 10-N.

Siempre es importante elegir a quien nos gobierna. Afortunadamente la Democracia es cada vez más una costumbre, una rutina, un acto cotidiano. Pero no siempre ha sido así y es un gran logro del espíritu humano, perdón por ponerme hegeliano, que hay que valorar en toda su extraordinaria dimensión. Un poco por respeto, un poco en recuerdo de todos aquellos que durante tanto tiempo lucharon por alcanzar ese derecho, tendríamos que votar siempre que podamos hacerlo. Ahí está la historia y ese gran logro. Ni más ni menos, el que gobierne saldrá de la voluntad libremente expresada de miles y miles de ciudadanos y ciudadanas de este país. ¡¡¡Casi nada!!!

Por eso, si se me permite, aunque pueda entender sus razones, no comparto ese, al parecer, hastío tan generalizado por votar de nuevo. Parece que a casi todo el mundo le cansa mucho votar. No sé, pero a buen seguro, a todos nos vienen a las mientes muchas actividades que son más cansinas que ir a votar. A mí particularmente no me cansa y eso que estoy todo el día en el colegio electoral como apoderado o interventor. Y en todo caso, y más allá de bromas, el ejercicio de una ciudadanía activa, madura, responsable, celosa defensora de sus derechos y practicante activa de sus deberes pasa por desarrollar un derecho básico que en una democracia adulta y participativa podría ampliarse a otros ámbitos y no ser ejercido de manera rutinaria cada cuatro años.

«Les pagamos para que se pongan de acuerdo», es el argumento que continuamente se repite. Para que se pongan de acuerdo y para otras muchas cosas, para que gobiernen con posibilidades de llevar adelante políticas que mejoren la vida de la gente, también les pagamos. Y si los líderes que hemos elegido no ven condiciones objetivas, ciertas y razonables para que se produzca el acuerdo, tampoco es tan grave que vuelvan a consultarnos.

Muchas veces se ha dicho que las elecciones son la gran fiesta de la Democracia. Pues a nadie hará daño ir de nuevo de fiesta el próximo día 10. Más vale decidir por uno mismo, que otros decidan por ti.

No sé si les habrá convencido mi razonamiento, si no ha sido así, poco más me cabe añadir; si, al fin y a la postre, decide ir a votar, quedamos emplazados otro día para que le proponga razones para votar socialdemócrata. Pero lo dejaremos para un próximo día, que estemos en campaña, no sea que alguien se nos moleste porque ya pida el voto. Los hay muy susceptibles.

*Presidente de la Diputación de Castellón