En las últimas elecciones autonómicas en Euskadi, del 25 de septiembre del 2016, Ciudadanos obtuvo 21.000 votos y ningún diputado, mientras que el Partido Popular cosechó 107.000 papeletas y nueve escaños. La diferencia se mantuvo en las últimas generales del 10-N, en las que el PP multiplicó por ocho los votos de Cs. Así, ¿qué necesidad tenía Pablo Casado de pactar con Cs y menos aún de ofrecerle dos puestos de salida en las autonómicas del 5 de abril abriendo una crisis en el PP vasco? A Alfonso Alonso le asistía la razón para negarse, aunque fuera partidario del pacto.

La furibunda reacción de Casado de fulminar a Alonso y pactar con Cs marginando al PP vasco solo se explica por dos razones. Una de ellas es que Alonso era uno de los últimos representantes del sorayismo y su resistencia a aceptar el pacto sin rechistar ha sido aprovechada para eliminar políticamente los restos de ese sector.

La segunda razón, más importante, es que el PP está interesado en un pacto global con Cs para así absorberlo mejor. No ha sido posible en Galicia, pero el verdadero objetivo son las elecciones generales, en la línea de la España Suma que el PP ya propuso antes del 10-N y que Albert Rivera rechazó. A esa estrategia se presta Inés Arrimadas, que, consciente de su actual debilidad, ha preferido entregarse al PP en lugar de reconstruir el partido.

La caída de Alonso significa también el refuerzo en el PP de la línea dura, con la elección de Carlos Iturgaiz, que había sido relegado en las listas al Parlamento Europeo. Iturgaiz, que califica al Gobierno de Pedro Sánchez de «fasciocomunista», está encantado de colaborar con Vox, ya que considera que su ideario es muy similar.