Los Juegos de la 32ª Olimpiada, que estaba previsto que Tokio organizara entre los meses de julio y agosto de este año, finalmente no se celebrarán. El acuerdo para su suspensión ha llegado de la mano del primer ministro japonés, Shinzo Abe, y de Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, el organismo responsable de la centenaria competición. Era una medida cantada, por cuanto los recientes posicionamientos de comités nacionales tan destacados como el canadiense o el de Estados Unidos, en el sentido de renunciar a su presencia en los Juegos, ofrecían poco margen de maniobra, aun a pesar del evidente perjuicio económico que una medida así podía ocasionar.

Las federaciones de los distintos deportes olímpicos también habían hecho oír su voz y solo era cuestión de tiempo de que se llegara a una decisión tan drástica. Aun cuando el COI había anunciado un período de reflexión de un mes para encarar o no la cita, lo cierto es que los acontecimientos se han precipitado hasta llegar a un punto en el que ya era insostenible mantener la ilusión de un acontecimiento que difícilmente podía llevarse a cabo en las circunstancias actuales, estando como está, también el deporte, en una situación de paréntesis indefinido. Se trata, en definitiva, de un duro golpe para el mundo del deporte y también para la economía japonesa.

Los Juegos Olímpicos representan, cada cuatro años, el acontecimiento mundial deportivo de más envergadura, con mayor proyección mediática y con muchos intereses en juego. Como bien sabe Barcelona, que lo organizó en 1992, siendo la única vez que se han hecho en España, el potencial económico de unos JJOO es de primer orden. Se calcula que el impacto negativo de la suspensión de los juegos en Japón alcanzará los 5.500 millones de euros en su PIB este año. A ello hay que añadirle los problemas que supondrá adaptar los calendarios deportivos a la cita del 2021 y la incertidumbre que se cierne ahora sobre proyectos urbanísticos como el de la nueva Villa Olímpica de la capital japonesa. En el resto del mundo el impacto de la suspensión también se dejará sentir, desde la explotación de derechos televisivos en cada país hasta los ingresos en merchandising de deportistas, federaciones y empresas de productos deportivos.

El traslado al 2021 es un hecho inaudito en la historia del olimpismo y también representa, en palabras de Thomas Bach, un canto a la esperanza, «para celebrar que la humanidad ha superado esta crisis nunca vista antes». El hecho de que se mantenga el concepto y la idea de Tokio 2020 es también una manera de decir al mundo que solo se trata de una decisión temporal, durísima para los deportistas y los aficionados, inquietante para inversores y trabajadores, pero dilatada en el tiempo, no anulada. Una decisión necesaria e ineludible, porque lo primero es salvar vidas y evitar un colapso sanitario y social. El deporte puede esperar. Da un paso al lado, pero promete volver para insuflar al mundo, de nuevo, el espíritu olímpico, la importancia de compartir una competición que, con todas la sombras que ha tenido a lo largo de la historia, representa también algo de luz al final del túnel.