Hermanos y hermanas: espero que estéis todos bien, en vuestra casa y con los vuestros. Esperando que pase esta locura de pandemia por el maldito bicho. Cuando pase tenemos que quedar todos para hincharnos a hacer comidas y cenas de amigos, o como mínimo tomar algo, que falta nos hará.

Menos mal que en la actualidad tenemos el FaceTime de nuestros teléfonos y nos permite vernos las caras mañaneras, sin afeitar y con una sensible papada.

Pero si algo ha sufrido una verdadera transformación social en estos pocos días que llevamos de reclusión ha sido el balcón.

El balcón era ese espacio residual de la casa dónde poníamos las macetas con unas cuantas flores en el mejor de los casos. Todo lo más cuando llegaban las fiestas poníamos una bandera, cada uno la que mejor le caía, o en Navidad colgábamos luces histriónicas o un Papa Noel escalador. Incluso era el sitio desde el que en Magaluf, Ibiza o Benidorm se practicaba ese deporte tan saludable del balconing. Digo saludable para el resto de la especie humana, porque nos libraba voluntariamente de unos cuantos especímenes defectuosos (entiéndaseme la ironía).

Ahora el balcón se ha convertido en una nueva red social, en la que a las 20.00 horas nos ponemos a aplaudir a todos aquellos que están haciendo un servicio público para que esto pase pronto o, por lo menos, que pase de forma controlada. Un servicio público que no se paga con el dinero de nuestros impuestos. No hay dinero suficiente en el mundo para agradecerles que pongan en riesgo sus vidas y las de los suyos por proteger las nuestras.

Aprovechemos los balcones para decir más cosas. Son la nueva red social.

*Urbanista